El silencio de los túneles subterráneos se sentía diferente ahora, ya no tan opresivo. La presencia de Kael, su respiración constante a mi lado, la determinación silenciosa que emanaba de él, era un bálsamo para mi alma. Seguimos los pasadizos que, según el diario del antiguo Thane Theron, nos llevarían a la Sala de los Ancestros. La luz de mi pequeña antorcha era nuestro único faro, guiándonos a través de las entrañas de la montaña.

El camino no era fácil. Los túneles eran irregulares, a veces amplios, a veces tan estrechos que debíamos avanzar de lado. El aire se volvía cada vez más frío.

Finalmente, las paredes de roca tallada dieron paso a una mampostería más cuidada, aunque cubierta por el mismo polvo milenario. Un brillo más potente se filtraba por una abertura a lo alto de un muro. Era una rejilla de hierro, apenas visible. Estábamos llegando a la Sala de los Ancestros.

Nos detuvimos ante una enorme puerta de piedra, camuflada en la pared, como si fuera una extensión más del mur