La semana previa a la inauguración fue un torbellino de actividad.
En las oficinas, los pasillos bullían con un ir y venir de empleados cargando carpetas, conectando cables y revisando tablets. El aire tenía ese aroma mezcla de café recién hecho y tinta de impresoras que caracterizaba los días de grandes preparativos.
En la sala de juntas del piso treinta y dos, Tiago estaba rodeado de papeles, un portátil abierto y varias botellas de agua mineral. Frente a él, un proyector mostraba el esquema del evento: horarios, bloques, entradas y salidas.
—Bien —dijo con voz firme—. El ensayo general será mañana a las ocho. Quiero que el equipo de sonido verifique los micrófonos inalámbricos y que las pantallas LED no tengan retardo. No quiero sorpresas técnicas.
El coordinador técnico, un hombre delgado con gafas cuadradas, asentía mientras tomaba notas rápidas.
—Quedará impecable, señor Ríos.
Gabriel, que estaba en un extremo de la mesa, fingía revisar unos documentos, pero en realidad vigilaba