FINN LYNCH
—Déjame adivinar… —dijo la cazadora divertida recargándose en la pared sin despegar la punta de mi cuello—. Tú debes ser el abogado. Se te nota por lo arrogante y soberbio…
—Nadie me había juzgado de esa forma sin conocerme —contesté posando mi mano sobre su muñeca, sin alejar la punta de mi garganta, entonces percibí un líquido cálido y pegajoso que escurría de su palma, se estaba cortando al empuñar con tanta fuerza el vidrio roto.
—Puedo detectar un ciervo a kilómetros y atravesarle el corazón de un solo disparo… ¿Crees que no puedo detectar a una persona mala cuando la veo?
Apreté más su muñeca y aunque fingió que la presión no le dolía, terminó por abrir la mano y dejar caer el trozo de espejo. —Llamaré a un doctor… —dije ignorando sus acusaciones.
—No lo necesito —contestó viendo su mano con apatía y enjuagándola en el lavabo como si la sangre solo fuera suciedad.
—¿Te darás un baño?
—Tal vez… pero no creas que usaré ese asqueroso vestido de ahí —contestó malhumo