MAGNUS
—¡Son unos inútiles! —rugí, con los puños cerrados, golpeando la mesa de madera que estaba en el centro de la cabaña. Varias tazas cayeron al suelo y una se rompió. No me importó.
Claudia ni se inmutó.
—Estamos haciendo todo lo posible, Magnus. Pero Ingrid es astuta. Siempre lo ha sido. No podemos actuar a ciegas.
—¿A ciegas? —repetí con amargura, caminando de un lado a otro—. ¡Llevan semanas diciendo lo mismo! “Lo estamos intentando”, “Estamos cerca”, “Solo falta un paso”. ¡Pero Ingrid sigue libre! Y ahora, Ronan anda husmeando, cerca de ella, cerca de Antony. Todo se está yendo a la mierda.
Claudia me miró sin pestañear.
—No tengas miedo. Estoy contigo, como siempre.
Me detuve en seco y giré hacia ella.
—¿Miedo? —solté una carcajada seca—. No me conoces si crees que esto es miedo. Lo que quiero es a Ingrid y a Ronan muertos. Quiero ver sus cuerpos arder bajo la luna. Quiero destrozarlos con mis propias garras.
El silencio se hizo pesado entre nosotros.
Di media vuelta y miré