CAPÍTULO 30

RONAN

Abrí los ojos al amanecer, cuando los primeros destellos del fuego del reino apenas rozaban las cortinas. Me tomó un segundo recordar todo lo que pasaba, pero entonces giré la cabeza… y ahí estaba ella.

Astrid.

Mi luna.

Dormía de lado, la sábana enrollada a la altura de su cintura, su respiración tranquila. Y en su cuello, como una marca visible para el universo, colgaba el collar que yo le había entregado. Mi símbolo, de que ahora era mía.

No lo pensé dos veces.

Me incliné sobre ella, la abracé con suavidad y comencé a besarle el hombro, la clavícula, subiendo hasta llegar a su cuello. Ella suspiró en sueños, se removió apenas, hasta que abrió los ojos y me encontró ahí, sobre ella, completamente rendido.

—Buenos días, mi reina —murmuré contra su piel—. Es momento de levantarse.

—¿mmm para que? —respondió aún somnolienta, enredando las piernas con las mías.

—Es momento de despedir a nuestros… adorables invitados —respondí, sin ocultar el sarcasmo. Me refería a Magnus y Sigrid,
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