EUNICE
El viento me cortaba el rostro mientras corría a toda velocidad junto a Leif, ambos en forma de lobo. Cada zancada era una punzada de desesperación, cada latido un grito que resonaba en mi pecho. No podía pensar. No quería pensar. Solo quería correr. Correr hasta que todo dejara de doler. Hasta ver con mis propios ojos que Anna y Hanna estaban bien. Que no habían cruzado. Que no habían cometido la locura que yo una vez cometí. Que todo esto era solo una confusión… una pesadilla.
Pero no era una pesadilla.
Era mi realidad.
Y me estaba deshaciendo.
Cuando por fin llegamos a la entrada de las cuevas, frené en seco, mis patas clavadas en la tierra húmeda. Volví a mi forma humana, jadeando, mis pulmones quemaban como si hubiera corrido por años. El pecho subía y bajaba con violencia, mientras me abrazaba el aire frío de la noche.
Ahí estaba. El túnel del mundo humano. Oscuro. Silente. Amenazante. Como un monstruo dormido, esperando devorar a su siguiente víctima.
Me acerqué un paso