FREYA
Habían pasado dos días desde que vi por última vez a Eunice. La última vez que hablamos fue cuando descubrimos juntas ese sendero oculto desde el que podía observarse el Quinto Reino. Desde entonces, no había vuelto a verla.
Y aunque intenté convencerme de que simplemente estaba ocupada, que regresaría cuando fuera el momento… algo dentro de mí no me dejaba en paz.
Así que esa mañana, antes del alba, me interné en el bosque. El mismo que me vio crecer, el mismo que tantas veces me ofreció consuelo, refugio, escape. Mis pasos eran ligeros, pero mi mente iba cargada. Necesitaba hablar con Eunice.
Necesitaba respuestas. No solo sobre el Quinto Reino, sino sobre las cuevas, los caminos secretos, Eunice podía saber mucho más allá que un simple camino.
Me adentré más. El canto de los pájaros apenas comenzaba, y la niebla aún danzaba sobre el musgo. Entonces, de pronto, lo sentí.
Un crujido.
Detrás de mí.
Me giré con rapidez, el corazón latiendo con fuerza. Estuve a punto de atacar.