A través de los ojos de mi loba, dentro de ese mismo almacén, vi la escena más… en realidad no sé ni cómo describirla, en una palabra.
Diana, mi compañera de cuarto, estaba a cuatro patas en el sucio suelo, mientras detrás de ella, uno de los guerreros de la manada, martillaba sus caderas, follándosela con rudeza.
Delante, otro hombre metía su miembro en su boca, aguantándola por la cabeza para hundirse profundo en su garganta, con sonidos de ahogos y chapoteo.
Gemidos excitados y el olor a sexo y lujuria inundaban el viejo almacén.
Un gruñido gutural salió del hombre que penetraba su boca, a la vez que descargaba su semen.
«Cof, cof, cof»
Escuché cómo Diana respiraba pesadamente y comenzaba a toser con la cabeza baja, mientras hilos blancos salían de entre sus labios.
— ¡Yo también me vengo! – gimió el que estaba a su espalda, tomándola duro, con fuerte estocadas y vaciándose en su interior con un gruñido profundo.
Vi a Diana caer exhausta en el suelo, sin embargo, eso no se