La sala del juzgado estaba impregnada de una tensión palpable, casi tangible, como si todo en ese lugar estuviera a punto de romperse. Al salir de la sala, Adara vio que las luces del pasillo iluminaban el suelo gris, mientras las sombras se alargaban en las paredes. Adara caminaba con paso firme, el peso de la audiencia todavía los entía sobre sus hombros. Había destrozado los testimonios, había desmantelado la mentira, pero la batalla aún no había terminado.
—Adara —La llamó Ionela.
—Dame un momento, voy con la secretaria del juez —le dijo y continuó su paso.
La audiencia había finalizado. El murmullo de la gente en la sala desapareció cuando cruzó las puertas. Aún sentía la intensidad del juicio en su cuerpo, la presión de los ojos de todos sobre ella. Pero mientras cruzaba el pasillo, comenzó a sentir que había algo más, algo no estaba bien. Un escalofrío recorrió su espalda. La puerta del despacho al final del pasillo estaba cerrada, y pese a ello, el sonido bajo de la voz de Ch