El bosque que rodeaba las tierras élficas era distinto a cualquier otro que Vladislav hubiera conocido. La luz se filtraba entre los árboles con un resplandor azul, casi líquido, y el aire olía a magia antigua, como si cada brizna de viento llevara consigo secretos de siglos pasados.
El silencio era profundo… hasta que otro aullido lo quebró. Fue largo, grave e imponente.
Para él era un sonido que no pertenecía a ninguna criatura viva… sino a un recuerdo.
Vladislav se detuvo de inmediato. Su cuerpo reaccionó antes que su mente: el corazón le golpeó el pecho, los músculos se tensaron, y en su interior, Varkar gruñó con un temblor que no le era familiar.
«No puede ser».
El eco retumbó otra vez, tan cerca que parecía haber nacido de la tierra misma. Adara, que caminaba unos pasos detrás, giró hacia él.
—¿Qué ocurre? —preguntó con cautela.
Vladislav disimuló la sacudida interna.
—Nada… solo un animal. Estos bosques están llenos de ellos —mintió, aunque la mentira le supo a hierro.
Adara f