Llega la hora de la ceremonnia de la boda de la princesa Azalea Haro Benavides y el príncipe Roderick Arturo Alcalá de la Alameda. Azalea atraviesa el pasillo central de la enorme capilla familiar de Alameda.
Desde antes del amanecer, la servidumbre había estado de pie, dando los últimos toques a la decoración del altar central, donde columnas envueltas en enredaderas de jazmín y rosas blancas creaban un arco celestial. La Emperatriz Dafne, sentada junto al Emperador Ghandaf, observaba el montaje con una sonrisa aprobatoria.
Las hermanas de Azalea se mantenían en un grupo compacto, disfrazadas de sonrisas, pero con los ojos afilados. No había tiempo para sabotajes esa vez; no con la emperatriz vigilante y la madre de Roderick.
Wismeiry, se encargó de acompañar a su señorita hasta la gran sala donde Azalea esperaria a su padre. La modista Valery, junto con Natalie, se encargaron de ajustar cada centímetro del vestido blanco de seda, bañado en pequeños diamantes en forma de estrellitas