El teléfono vibró sobre mi escritorio y supe de inmediato que algo no estaba bien. Mire el identificador y era uno de los hombres que había enviado para secuestrar a aquella chica. Así que conteste rápidamente.—¿Ya la tienen? —pregunté. pero hubo un silencio molesto.—No… señor… —la voz del imbécil al otro lado sonaba nerviosa, temblorosa. Y eso solo me cabreó más—. La chica… alguien más se la llevó.El vaso que tenía en la mano terminó estampado contra la pared. El estruendo me calmó por dos segundos. Dos. Nada más.—¿¡Cómo que alguien más se la llevó!? —grité. La ira me nublaba. Me hervía la sangre.—Era un lobo, señor. Pero... no era uno de los nuestros. Nunca lo había visto.Me quedé en silencio, tragando veneno. ¿Un lobo desconocido? ¿Y estos idiotas no pudieron con él? ¿y si Gabriele había montado toda esta mierda para despistarme?—Averigua quién era ese cabrón. Ya —le ordené antes de colgarle.Me levanté y camine hacia la puerta y salí de mi oficina, con el fuego latiéndome e
El aire en la habitación era denso, cargado con el miedo que emanaba de Bonnie. Abigail cerró la puerta tras de sí con un golpe seco, sus tacones resonando contra el suelo de cemento. La joven sentada en medio del cuarto se estremeció al escuchar los pasos acercarse. —No mereces estar aquí —murmuró Abigail, agarrándole con fuerza la barbilla y obligándola a levantar el rostro—. Pero te necesito. La persona que amas no es lo que piensas, y él merece una lección. Bonnie jadeó, intentando apartarse, pero las ataduras en sus muñecas y la venda sobre sus ojos la mantenían indefensa. —¡Déjame ir! ¡No sé de qué estás hablando! —gritó, la voz quebrada por el llanto. Abigail esbozó una sonrisa fría. —Sé que tienes una relación con Gabriele. El nombre hizo que Bonnie se paralizara. Y su corazón empezó a latir con mucha fuerza. — Por favor, déjame ir— Le suplico Bonnie. pero Abigail la necesitaba, ella era la clave para su venganza. — lo siento, pero no puedo— Le dijo Abig
Días después.Una tras otra, imágenes de Bonnie aparecían frente a Gabriele: atada, la mirada oculta, su piel perdiendo color día a día. Pero nunca un mensaje claro, nunca una demanda. Solo ese goteo lento de agonía, calculado para corroerlo por dentro. Y Gabriele, el hombre que nunca se doblegaba, el que jamás dejaba escapar un gemido de dolor, se estaba desmoronando. —¡Es él! ¡Solo Giorgio sería capaz de esto! —rugió, estrellando una foto contra la pared con tanta fuerza que el marco saltó en pedazos. No quedaban alternativas. Si su hermano quería guerra, la tendría. Pero esta vez, no habría reglas. salió de su oficina rumbo a la casa de Giorgio. {...} Gabriele irrumpió en la casa de Giorgio como un huracán, derribando a los guardias que intentaron frenarlo. El cañón de su arma brilló bajo la luz del vestíbulo. Giorgio que bajaba las escaleras quedó viendo a su hermano con el celo fruncido. —¡¿DÓNDE ESTÁ BONNIE?! —grito el con desesperación. dentro el estaba murie
Mi mente no dejaba de pensar en ella. Yo la vi en ese lugar, hecha nada. Vi la sangre en su cuerpo desnudo, los ojos apagándose. Ese maldito disparo parecía mortal. Y sin embargo, ahí estaba. Viva. Lo peor de todo era que nunca me buscó. Aunque lo entiendo… yo fui un bastardo con ella.¡CARAJO! Pensar en ella me estaba volviendo loco. Me carcomía por dentro imaginar que me odiaba.Me bebí otro trago. El whisky me quemaba la garganta, pero no lograba quemar las preguntas.No entendía nada. Si era ella... ¿cómo seguía viva? ¿Dónde había estado todo este tiempo? ¿Y por qué ahora estaba con esos malditos lobos? ¿Qué quería conseguir secuestrando a esa chica? ¿Acaso no entendía lo peligroso que era meterse con mi hermano?La botella se me resbaló. Cayó sobre la alfombra con un golpe seco. La levanté rápido. Me paré de golpe. No podía quedarme quieto. Todo se estaba yendo al carajo otra vez, y mi cabeza era un maldito caos.Pensé en Pietro. Ese cabrón siempre metido donde no lo llaman. Él s
Alessandro buscó a un par de hombres de confianza, aunque en el fondo sabía que era una locura lo que Giorgio le había pedido. Pero él era su alfa, y le había jurado lealtad. Así que, aunque no estuviera de acuerdo, no tenía más opción que obedecer. La noche era fría, demasiado oscura. En el fondo, algo le decía que todo estaba mal. Junto a los dos lobos más, esperaban a que el reloj marcara la medianoche. No había luna, solo la tenue luz de las farolas rotas que parpadeaban como si fueran a apagarse de un segundo a otro. Alessandro revisó su arma por última vez, sintiendo el peso metálico en sus manos. Los otros lo imitaron, tensos, listos para lo que viniera. Con cautela, se dirigieron al almacén abandonado donde, supuestamente, retenían a la chica. El lugar era un esqueleto de cemento y hierro gastado, cubierto de grafitis, con un aire viciado de humedad y podredumbre. Rodearon el perímetro, asegurándose de que no hubiera guardias. Alessandro dio la señal. David, un tipo c
El murmullo constante del restaurante llenaba el aire, mezclado con el tintinear de copas y los pasos apresurados de los meseros. Gabriele cruzó la puerta con paso firme, el ceño fruncido, las manos en los bolsillos del abrigo largo, y los ojos encendidos por una furia que no se molestaba en disimular. Cuando el leyó aquella nota, su rabia aumentó mucho más, convirtiéndolo en un animal furioso, con ganas de sangre. Una hoja doblada, sin firma, sin olor, sin rastros. "Si quieres volver a ver a Bonnie vendrás al restaurante La Storia. Mesa 23. Solo." Dudo en ir, pero Bonnie estaba en juego. Su Bonnie. Su alma. La mujer que lo volvía loco, que había visto en el, no a un monstruo, si no a alguien digno de amor. Ella con su inocencia lo había hecho olvidar aunque sea por periodos cortos de tiempo, que la vida podía ser brillante y no la oscuridad en la que el se había criado.. Y alguien la había arrebatado de su lado, y ahora la usaba para chantajearlo. No lo pensó dos veces. Se juró a
La habitación era blanca. Fria. Sin ventanas. Solo un colchón en el suelo, una cámara que parpadeaba en la esquina y una soledad que parecía masticarle el alma. Bonnie llevaba días allí. O semanas. Tal vez más. Había perdido la noción del tiempo entre el silencio, el hambre y el miedo. Pensaba en Gabriele. En su cuerpo cálido, su respiración grave al dormir, sus manos recorriéndole la piel como si pudiera protegerla de todo. Pero ahora, todo era frío. Todo era distante. La puerta se abrió con un clic sordo. Bonnie se incorporó de inmediato. El corazón se le paralizó un segundo. Sus ojos se llenaron de terror. Era ella. Abigail. Entró con paso firme, vestida de negro. Se detuvo frente a ella y la observó en silencio, con esa mezcla de lástima y superioridad que provocaba escalofríos. —¿Qué quieres de mí? —preguntó Bonnie con voz quebrada—. Por favor… déjame ir. Abigail ladeó la cabeza, parecía pensativa, como si decidiera que hacer con e ella. —Eso no depende de mí. Depende de
Estaba anocheciendo cuando escuché la puerta principal abrirse de golpe.No me dio tiempo de reaccionar. Gabriele cruzó el umbral como una fiera, los ojos rojos de rabia, el cuerpo temblando de furia. Apenas lo vi, entendí que algo estaba mal, pero no pensé que su primer movimiento sería levantarme del sofá de un solo tirón y estrellarme contra la pared.—¡¿Dónde está?! —gruñó, con los dientes apretados y la mirada inyectada en odio— ¡¿Dónde la tienen?! Se que estás confabulando con esa hija de puta.—¡¿De qué carajo hablas, imbécil?! —le escupí, tratando de librarme de su agarre.Pero me volvió a empujar, esta vez contra la mesa. Todo se vino abajo. Botellas, papeles, mi paciencia.—A Bonnie. ¡Tu y esa perra se la llevaron! —bramó, jadeando— Me citaron. Fui listo para matar al hijo de puta que la secuestró. Pero no era cualquier bastardo... Era ella. Esa perra de Abigail. Ni siquiera el infierno la quiere.—¿Que te dijo?— le pregunté.—quiere destruir al consejo, ¡ella quiere destrui