Mundo ficciónIniciar sesiónEl dolor me despertó antes del alba.
No era como el ardor constante que había sentido desde la mordida, ese fuego líquido que recorría mis venas recordándome constantemente que ya no era completamente humana. Esto era diferente, más profundo, como si mis huesos intentaran reorganizarse bajo mi piel.
Grité, el sonido saliendo gutural, casi animal.
La puerta de la cabaña que me habían asignado se abrió de golpe. Dante entró con la gracia letal de un depredador, solo llevando pantalones de tela oscura que colgaban peligrosamente bajos en sus caderas. A pesar de la agonía, una parte traicionera de mi cerebro notó cada músculo definido, cada cicatriz plateada que brillaba bajo la luz de la luna que entraba por la ventana.
—Ya empezó. —No era una pregunta. Se arrodilló junto al jergón donde yo me retorcía, sus manos frescas contra mi frente febril—. Más rápido de lo que esperaba.
—¿Qué... qué me está pasando? —Mis dedos se curvaron contra el suelo de madera, y escuché el sonido de astillas crujiendo. Cuando miré hacia abajo, había marcas de garras en los tablones.
Garras que salían de mis dedos.
—La primera transformación parcial. Tu cuerpo está aprendiendo a cambiar. —Dante capturó mis manos, sosteniéndolas firmemente pero sin lastimarme—. Respira, Lucía. No luches contra ello, te hará peor.
—Fácil... decirlo... —Cada palabra era una lucha. Sentía mi mandíbula extenderse, mis dientes punzando mis encías mientras algo más afilado intentaba emerger—. Duele... joder... duele...
—Lo sé. —Su voz era sorprendentemente suave—. La primera vez es la peor. Pero tienes que rendirte al cambio. Si resistes, tu cuerpo se desgarrará tratando de forzarlo.
Rendirme. Perder el control. Todo lo que me habían enseñado a nunca hacer.
Pero el dolor era insoportable, y la voz de Dante era un ancla en el caos.
Cerré los ojos y dejé ir.
La transformación rugió a través de mí como un tsunami. Sentí mi columna arquearse, músculos que nunca supe que tenía tirando y reconfigurándose. Mi ropa se rasgó, las costuras cediendo bajo el crecimiento repentino. El mundo explotó en una sinfonía de olores, sonidos tan intensos que me hicieron jadear.
Podía oler el océano a kilómetros de distancia, cada nota salina distinta. Podía escuchar los latidos del corazón de la manada en sus cabañas dispersas por el asentamiento. Y sobre todo eso, podía oler a él, almizcle y pino y algo indefiniblemente masculino que hacía que mi estómago se apretara de una forma que no tenía nada que ver con dolor.
—Eso es, ábrete a ello. —Las manos de Dante se deslizaron a mis hombros, masajeando los músculos tensos—. Déjalo fluir.
Sus manos. Dios, sus manos eran tan cálidas, y mi piel estaba tan sensible que cada roce enviaba chispas por mi sistema nervioso. Mi cuerpo respondía de formas que deberían haberme avergonzado, pero la bestia emergente no conocía la vergüenza.
Solo conocía el querer.
Un gruñido escapó de mi garganta, uno que claramente no era de dolor.
Dante se quedó inmóvil.
—Lucía... —Su voz había bajado una octava, áspera—. Necesitas controlar eso.
—¿Controlar qué? —Pero sabía exactamente qué. Podía olerlo ahora, el cambio en su aroma, la forma en que su cuerpo respondía al mío. La atracción era química, hormonal, parte del maldito vínculo de la manada.
—El instinto de apareamiento. —Dijo las palabras clínicamente, pero su agarre en mis hombros se había apretado—. Durante las transformaciones, especialmente las primeras, las hormonas se disparan. No significa nada. Es solo biología.
Solo biología. Claro.
Pero cuando abrí los ojos, cuando vi la forma en que me miraba, con pupilas dilatadas y respiración acelerada, supe que estaba mintiéndose tanto como a mí.
—Entonces aléjate. —Logré decir, aunque mi voz sonaba ronca, seductora de una forma que nunca había logrado conscientemente—. Porque no confío en mí misma ahora mismo.
Para su crédito, lo hizo. Se apartó, poniéndose de pie y dándome espacio. Pero pude ver la tensión en cada línea de su cuerpo, la forma en que sus propias manos temblaban ligeramente.
—La transformación está retrocediendo ahora. —Mantuvo su voz profesional—. Tu cuerpo solo puede mantenerla parcialmente por unos minutos al principio. Con el entrenamiento, podrás controlarlo durante horas.
Tenía razón. Ya podía sentir las garras retrayéndose, mis huesos volviendo a su configuración humana. El dolor se disipó en un zumbido residual, dejándome jadeante y empapada en sudor sobre los restos de mi ropa.
Completamente, vergonzosamente desnuda.
Dante ya había girado su espalda, dándome privacidad, sosteniendo lo que parecía ser una túnica larga.
—Toma. La ropa normal no sobrevive a las transformaciones. Necesitarás aprender a usar esto, o vestirte después de cambiar.
Me senté lentamente, cada músculo protestando, y tomé la prenda. Era de un material suave, casi como seda pero más resistente. Me la puse con movimientos torpes, todavía temblando por la experiencia.
—Puedes voltear.
Lo hizo, y algo en su expresión había cambiado. Menos guardia, más... humano.
—Lo hiciste bien. Mejor que la mayoría en su primera vez.
—No se sintió bien. —Me envolví los brazos alrededor del cuerpo—. Se sintió como perder el control completamente.
—Porque lo hiciste. —Se sentó frente a mí, manteniendo una distancia respetuosa ahora—. Pero ese es el primer paso. Solo puedes aprender a controlar algo una vez que entiendes cuán poderoso es. Y Lucía... —Sus ojos encontraron los míos—. Eres más poderosa de lo que creía posible.
—¿Qué quieres decir?
—La mayoría de los humanos mordidos tardan semanas en tener su primera transformación parcial. Tú lo hiciste en días. —Se pasó una mano por el cabello, un gesto de frustración que empezaba a reconocer—. Y la intensidad... nunca he visto a un iniciado generar tanto calor, tanto poder la primera vez.
—¿Es malo?
—No. Es... desconcertante. —Me estudió con esa intensidad que me hacía sentir expuesta—. Casi como si tu cuerpo hubiera estado esperando esto, como si fueras compatible con el virus licántropo de una forma que no deberías ser.
Un escalofrío me recorrió que no tenía nada que ver con el frío.
—¿Qué estás sugiriendo?
—No lo sé todavía. Pero voy a averiguarlo. —Se puso de pie, extendiendo una mano para ayudarme—. Por ahora, necesitas comer. Las transformaciones consumen una cantidad obscena de calorías. Si no reabasteces, la próxima será aún peor.
Tomé su mano, notando cómo ahora el contacto me afectaba menos intensamente. El pico hormonal había pasado, dejando solo un zumbido de consciencia bajo mi piel.
—¿Próxima? ¿Cuándo?
—Podrían ser horas, podrían ser días. El proceso es impredecible hasta que tu cuerpo se estabilice. —Me guió hacia la puerta—. Por eso necesitas comer, descansar cuando puedas, y empezar el entrenamiento básico hoy. Mientras más rápido aprendas a dirigir la transformación conscientemente, menos te tomará por sorpresa.
Salimos a la madrugada, el cielo apenas aclarando en tonos de gris y rosa pálido. El asentamiento de la manada era más grande de lo que había notado ayer, con varias cabañas dispersas entre las ruinas de lo que claramente había sido una civilización más grande.
—¿Qué era este lugar? —pregunté mientras caminábamos por un sendero de piedra gastada.
—La capital de nuestro pueblo, hace trescientos años. —El orgullo y la tristeza se mezclaban en su voz—. Mil licántropos vivían aquí, comerciando con los colonos humanos de las islas vecinas. Teníamos paz, prosperidad.
—¿Qué pasó?
—Lo que siempre pasa. Miedo. —Señaló hacia un edificio en particular, más grande que los demás, con columnas talladas que representaban lobos en varias formas—. Un comerciante humano vio a alguien transformarse. Corrió la voz. En seis meses, llegaron los cazadores con plata y fuego.
Nos detuvimos frente al edificio, y pude ver ahora las marcas de quemaduras, las manchas oscuras en la piedra que probablemente eran sangre antigua.
—Casi nos extinguieron. Los sobrevivientes huyeron aquí, a Isla Decepción, porque el volcán activo la hacía inhóspita para los humanos. Hemos estado escondiéndonos desde entonces. —Su mandíbula se apretó—. Hasta que Morrison encontró una forma de rastrearnos incluso aquí.
—Con tecnología. —Completé, recordando fragmentos de conversación que había escuchado en el barco—. Sebastián mencionó algo sobre firmas térmicas únicas.
—Exacto. Nuestra temperatura corporal promedia cinco grados más alta que los humanos. Con el equipo correcto, destacamos como bengalas. —Dante empujó la puerta del edificio, revelando lo que claramente era un comedor comunitario. Varios lobos ya estaban despiertos, algunos en forma humana, otros como lobos, comiendo de grandes tazones—. Por eso necesitamos movernos con cuidado. Si Morrison sospecha que sobrevivimos, enviará más equipos.
Una mujer joven se acercó, tal vez de mi edad, con cabello rojo brillante y ojos verdes que me evaluaron con franca curiosidad. Estaba desnuda de la cintura para arriba, sin ninguna vergüenza aparente, y tuve que recordarme que la modestia humana probablemente no aplicaba aquí.
—Así que esta es la humana que te enlazaste sin consultar al consejo. —Su tono era neutral, pero pude detectar un filo de desafío.
—Lucía, esta es Sera. Mi segunda al mando. —Dante hizo las presentaciones sin reaccionar a su provocación—. Sera, muestra algo de hospitalidad. Es tu Alfa Luna ahora.
—Es una cachorra que no sabe ni controlar su primera transformación. —Sera me rodeó como un tiburón—. ¿Qué pasa si no sobrevive el cambio completo? ¿Entonces qué? Habrás desperdiciado el vínculo de Alfa en alguien demasiado débil para sostenerlo.
—Suficiente. —La voz de Dante crujió con autoridad, haciendo que varios lobos levantaran las cabezas—. Ella sobrevivirá. Y cuando lo haga, espero que cada uno de ustedes la trate con el respeto que merece.
Sera resopló pero retrocedió, aunque sus ojos nunca dejaron los míos.
—Como ordenes, Alfa. —Prácticamente escupió el título antes de alejarse.
—Amigable. —Murmuré.
—Está asustada. —Dante me guió hacia una mesa—. Su compañero fue uno de los capturados con mi hermano. No sabe si está vivo o muerto. Teme que mi plan para infiltrarnos en la instalación de Morrison mate a más de nuestra gente.
—¿Y lo hará?
—Probablemente. —No endulzó la verdad—. Pero sentarnos aquí esperando que nos encuentren de nuevo definitivamente lo hará. Al menos esto nos da una oportunidad de luchar.
Un lobo grande, gris plateado con marcas negras, trotó hacia nosotros y dejó caer algo a mis pies. Cuando miré hacia abajo, vi un conejo muerto, todavía caliente.
—Uh...
—Es un regalo de bienvenida. —Dante sonrió genuinamente por primera vez—. Kael te está mostrando respeto. Deberías aceptarlo.
Miré al lobo, que me observaba con ojos inteligentes de color ámbar, su cola meciéndose ligeramente.
—Gracias, Kael. —No sabía qué más decir.
El lobo inclinó la cabeza, luego se transformó. El cambio fue tan fluido, tan natural, que apenas pude seguirlo. Un momento era lobo, el siguiente era un hombre enorme con cabello plateado y una sonrisa cálida.
—Mi Alfa dice que eres médico. —Su voz era profunda, resonante—. Necesitamos eso. Mi hija, Mira, se cortó hace dos días cazando. La herida no sana bien.
—¿Puedo verla? —Las palabras salieron antes de que pudiera pensarlo. El instinto médico superaba la incomodidad.
Kael pareció sorprendido, luego complacido.
—Después del desayuno. Dante, tu luna tiene buen corazón.
—Lo sé. —Dante me miró con algo que podría haber sido orgullo—. Por eso la elegí.
Comimos, principalmente carne asada y algo que parecían tubérculos locales. Mi estómago aceptó la comida con un hambre voraz que nunca había experimentado, confirmando lo que Dante había dicho sobre las calorías.
Después, Kael nos llevó a su cabaña donde su hija, una niña de unos diez años con el mismo cabello plateado, yacía en un jergón con la pierna vendada. Cuando retiré el vendaje, vi inmediatamente el problema.
—Está infectada. —Examiné la herida con cuidado—. ¿No tienen antibióticos?
—Se terminaron hace meses. —Kael se veía miserable—. Morrison se llevó a nuestra curandera. Ella conocía las hierbas, las medicinas antiguas.
—Necesito agua hervida, trapos limpios, y si tienen alcohol o algún desinfectante... —Ya estaba entrando en modo médico, mi mente catalogando lo que necesitaba.
—Tenemos alcohol de papa que destilamos. —Dante ya se estaba moviendo—. Lo traigo.
Las siguientes horas pasaron en un borrón de limpieza, drenaje y vendaje. Mira era valiente, solo gimiendo ligeramente cuando tuve que cortar el tejido necrótico. Su capacidad de curación acelerada ya estaba tratando de cerrar la herida, pero con la infección adentro, solo estaba empeorando las cosas.
—Vas a necesitar mantenerlo abierto y limpio durante al menos tres días. —Le instruí a Kael mientras terminaba el último vendaje—. Límpialo dos veces al día con agua hervida, y si ves rayas rojas subiendo desde la herida, ven a buscarme inmediatamente.
—Gracias, Alfa Luna. —Kael besó mi mano, un gesto de respeto que me hizo sonrojar—. Le has dado esperanza a mi hija.
Cuando salimos, el sol ya estaba alto en el cielo. Dante me guió lejos del asentamiento, hacia un claro rodeado de árboles retorcidos por el viento constante.
—Aquí es donde entrenarás. —Se quitó la camisa, revelando ese torso marcado que hacía cosas inconvenientes a mi frecuencia cardíaca—. Primero, necesitas aprender a invocar la transformación a voluntad, no solo reaccionar a ella.
—¿Y cómo se supone que haga eso?
—Encuentra el lugar dentro de ti donde vive la bestia. Ese núcleo de calor y poder que sentiste anoche. —Se acercó, su presencia abrumadora—. Y luego lo llamas.
—Eso es increíblemente vago.
—Porque es diferente para todos. —Sus dedos rozaron mi mejilla, enviando chispas a través de mi piel—. Pero puedo ayudarte a encontrarlo. Si me dejas.
Había algo en su tono, en la forma en que me miraba, que sugería que esto sería más íntimo de lo que esperaba.
—¿Qué tengo que hacer?
—Confiar en mí. —Sus manos se deslizaron a mi cintura—. Y dejar de pensar tanto.
Antes de que pudiera protestar, me atrajo hacia él, su cuerpo sólido contra el mío. El vínculo entre nosotros pulsó con fuerza, el calor explotando donde nuestras pieles se tocaban.
—Dante...
—Cierra los ojos, Lucía. —Su voz era un rumor bajo contra mi oído—. Siente el vínculo. Síguelo hacia dentro.
Obedecí, porque algo en su voz me decía que esto era importante. Cerré los ojos y me enfoqué en esa conexión entre nosotros, ese hilo que ahora se sentía como un cable de acero.
Y entonces caí.
No físicamente, sino internamente, deslizándome por ese vínculo hacia... algo más. Era como sumergirme en agua caliente, cada nervio encendiéndose con consciencia. Podía sentir a Dante, no solo su cuerpo contra el mío, sino su esencia, su poder, su bestia interior rugiendo en respuesta a la mía.
Y ahí, en las profundidades de mi propio ser, la encontré.
La loba.
Ella era salvaje, hermosa, aterradora. Pelo blanco plateado, ojos que brillaban como la luna, poder condensado en cada línea de su forma.
Y estaba hambrienta.
—La veo. —Jadeé, aferrándome a Dante como un ancla—. Dios, es tan...
—Poderosa. —Completó, su voz rasposa—. Ahora llámala. Pídele que emerja.
Lo intenté, extendiendo la mano metafóricamente hacia esa presencia salvaje dentro de mí.
Ella me rechazó, gruñendo.
—No me aceptará.
—Porque estás pidiendo. —Los brazos de Dante me apretaron más—. No pidas. Ordena. Eres el Alfa de tu propia bestia, Lucía. Hazla obedecer.
Algo en esas palabras resonó profundamente. Toda mi vida había pedido permiso, había sido complaciente, había negociado por espacio.
No más.
—Ven a mí. —Ordené mentalmente, poniendo toda mi voluntad detrás de las palabras—. Ahora.
La loba rugió... y obedeció.
El cambio me golpeó como un rayo, pero esta vez estaba lista. Guié la transformación, sintiendo mis huesos cambiar, mis músculos expandirse, mi piel cubrirse de pelaje plateado que brillaba bajo el sol.
No era una transformación completa, solo parcial, garras y colmillos y sentidos amplificados. Pero la controlaba yo.
Abrí los ojos, encontrando a Dante mirándome con una expresión de asombro absoluto.
—Extraordinaria. —Susurró—. Incluso entre nosotros, solo los Alfas más poderosos logran transformación dirigida en su primera semana.
Miré mis manos, viendo las garras curvas, el pelaje blanco que las cubría. Me sentía poderosa, en control de una forma que nunca había experimentado.
—¿Ahora qué?
La sonrisa de Dante fue pura provocación depredadora.
—Ahora peleamos. —También se transformó, sus propios cambios mucho más completos que los míos—. Defiéndete, mi luna.
Y se abalanzó.
El mundo se redujo a un solo pensamiento: o aprendía a luchar… o no sobreviviría a él.







