Mundo ficciónIniciar sesiónLos instintos tomaron el control. Me lancé hacia un lado, mis nuevos reflejos mucho más rápidos que cualquier cosa humana. Sus garras rozaron donde había estado un segundo antes.
—¡Estás loco! —grité, esquivando otro golpe.
—¡Estoy entrenándote! —Rió, el sonido salvaje y libre—. ¡Deja de huir y ataca!
Algo primitivo despertó en mí ante esas palabras. El desafío, la burla implícita.
Gruñí y me lancé hacia él.
Fue un error. Dante tenía siglos de experiencia sobre mí. Me atrapó en el aire, girándome y clavándome contra el suelo del claro. Su peso me inmovilizó, su aliento caliente contra mi cuello.
—Demasiado directo. —Murmuró—. Usa tu tamaño menor como ventaja. Sé más rápida, más impredecible.
Pero no se movió, y de repente me hice consciente de cada punto donde su cuerpo presionaba el mío. El calor entre nosotros no era solo de la transformación.
—Dante... —Mi voz salió más como ronroneo que protesta.
Lo sentí tensarse, luego maldecir en un idioma que no reconocí. Se apartó abruptamente, poniendo distancia entre nosotros.
—Suficiente por hoy. —Su voz era tensa—. Deberías descansar antes de que otra ola de transformación te golpee.
—¿Qué fue eso? —Me senté, sintiendo el cambio retroceder ahora que no lo estaba dirigiendo activamente—. ¿Por qué te apartaste así?
—Porque si no lo hacía, iba a romper mi promesa. —Se volvió hacia mí, y había algo oscuro y hambriento en su mirada—. Dije que esto no tenía que ser real entre nosotros. Pero maldita sea, Lucía, estás haciendo que sea muy difícil recordar eso.
Mi aliento se atascó.
—El vínculo...
—No es solo el vínculo. —Dio un paso hacia mí, luego se obligó a detenerse—. Eres valiente, compasiva, más fuerte de lo que deberías ser. Y cuando te transformas... cuando te veo reclamar tu poder así... —Se pasó una mano por el rostro—. Me recuerdas por qué vale la pena luchar por mi gente. Me recuerdas que todavía hay belleza en este mundo.
Las palabras me golpearon como un puñetazo físico. No era una declaración de amor, era algo más crudo, más honesto.
Era deseo mezclado con respeto mezclado con desesperación.
Y respondí a ello de una forma que me sorprendió completamente.
—¿Y si yo no quiero que lo recuerdes? —Me puse de pie, acercándome a él con una confianza que la loba me prestaba—. ¿Y si yo también te deseo?
Sus ojos se oscurecieron, las pupilas dilatándose hasta casi tragarse el ámbar.
—No sabes lo que estás diciendo.
—Sí lo sé. —Alcé mi mano, rozando los músculos de su pecho—. Estoy cansada de que la gente me diga lo que siento, lo que quiero. Sebastián decidió por mí. Morrison decidió por ti. Pero esto... nosotros... esto lo decido yo.
—Lucía...
—Dejé que mi mano se deslizara más abajo, viendo cómo se estremecía bajo mi toque—. Y decido que te deseo, Dante Salvatore. Tal vez es el vínculo, tal vez son las hormonas de la transformación. Tal vez es simplemente que estoy cansada de negarme lo que quiero.
Él me agarró la mano, deteniéndola.
—Si hacemos esto, no hay vuelta atrás. El vínculo se profundizará. Te reclamará de formas que ni siquiera puedo explicarte. —Su voz era un gruñido áspero—. Podrías terminar odiándome por ello.
—Podrías terminar odiándome a mí cuando recuerdes que soy solo una humana asustada jugando a ser lobo. —Devolví—. Pero al menos será nuestra elección. No la de ellos.
Vi el momento en que su control se quebró.
—Maldita sea. —Me atrajo hacia él, sus labios estrellándose contra los míos con una ferocidad que robó mi aliento.
No fue un beso gentil. Fue una reclamación, una rendición, dos personas desesperadas aferrándose a algo real en medio del caos.
Respondí con igual ferocidad, mis dedos enredándose en su cabello, mis dientes mordiendo su labio inferior lo suficientemente fuerte para sacar sangre.
Él gruñó en mi boca, y el sonido hizo que algo líquido y caliente se derramara por mi vientre.
—Última oportunidad. —Jadeó contra mis labios—. Dime que pare y lo haré.
—No. —Tiré de él más cerca—. No pares.
Y no lo hizo.







