El Pacto de Sangre

El dolor llegó primero.

Un dolor que ardía en cada célula de mi cuerpo, como si alguien hubiera reemplazado mi sangre con fuego líquido. Grité, pero el sonido salió amortiguado, distorsionado.

¿Estaba bajo el agua todavía?

No. Esto era diferente.

Abrí los ojos de golpe.

Arena negra. Cielo gris plomo. El olor a azufre y sal mezclados. Me incorporé bruscamente, tosiendo agua salada que quemaba mi garganta como ácido.

—Tranquila. El cambio es... intenso.

Esa voz. Dante.

Giré la cabeza demasiado rápido y el mundo se inclinó, mis sentidos sobrecargados por una avalancha de información que nunca había procesado antes. Podía oler cada componente del aire: algas podridas, ozono de tormenta, algo dulzón que era sangre seca, y debajo de todo eso, un aroma a almizcle salvaje que hacía que mi estómago se retorciera de una forma completamente inapropiada dadas las circunstancias.

Dante estaba sentado a unos metros, ahora completamente humano en apariencia, aunque desnudo de la cintura para arriba. Su torso estaba cubierto de cicatrices viejas que contaban historias de violencia que yo no quería imaginar. Tenía el cabello negro empapado cayendo sobre ojos que me observaban con una mezcla de curiosidad y algo que parecía... ¿culpa?

—¿Dónde estamos? —Mi voz sonaba ronca, extraña a mis propios oídos.

—Isla Decepción. —Señaló hacia el horizonte, donde las siluetas de montañas volcánicas se alzaban contra nubes bajas—. Hogar. O lo que queda de él.

Recordé fragmentos del viaje bajo el agua, imágenes borrosas de ser arrastrada a velocidades imposibles, rodeada de cuerpos plateados que se movían como una sola entidad. El calor de Dante envolviéndome, manteniéndome viva cuando debería haber muerto congelada.

Y luego... algo más.

Una mordida.

Mi mano voló a mi cuello, donde mis dedos encontraron dos marcas elevadas, todavía sensibles. Heridas que ya estaban cerradas pero que palpitaban con un ritmo que no era el de mi corazón.

—Qué... qué me hiciste...

Dante no apartó la mirada, y en eso le di crédito. No huyó de mi acusación.

—Te estabas muriendo. Hipotermia. Tu corazón se había detenido dos veces. Yo... —Apretó los puños—. No había otra forma de salvarte. La transformación aceleró tu metabolismo, te mantuvo viva el tiempo suficiente para llegar a tierra.

—¿Transformación? —La palabra salió como un chillido—. ¿Me convertiste en... en lo que sea que eres?

—Un licántropo. —Se puso de pie con una gracia fluida que era completamente antinatural—. Aunque no completamente, todavía. El cambio toma tiempo, semanas. Si no completas el proceso...

—¿Qué? ¿Qué pasa si no lo completo?

Su silencio fue respuesta suficiente.

Me puse de pie con piernas temblorosas, la rabia reemplazando al miedo. Tres meses. Tres meses desde que había dejado mi vida, mi familia, todo por un hombre que me traicionó. Y ahora esto, convertida en un monstruo por otro hombre que ni siquiera me había pedido permiso.

—No tenías derecho. —Las lágrimas quemaban mis ojos—. Debiste dejarme morir.

—No.

La palabra retumbó con una autoridad que me hizo retroceder instintivamente. Dante cerró la distancia entre nosotros en dos zancadas, sus manos capturando mis hombros. Su toque era firme pero no dolía, y el calor que irradiaba atravesaba la ropa empapada que todavía llevaba puesta.

—Escúchame bien, Lucía. —Su rostro estaba a centímetros del mío, esos ojos dorados brillando con una intensidad que me robó el aliento—. Estuve en esas jaulas durante ocho meses. Ocho meses siendo tratado como un animal, siendo drogado, golpeado, estudiado como si fuera un espécimen de laboratorio. Perdí a mi hermano, a mi manada, a todo lo que amaba porque hombres como tu prometido decidieron que éramos cosas para vender.

Su agarre se apretó imperceptiblemente.

—En todo ese tiempo, solo una persona me trató con dignidad. Me trajo agua extra cuando nadie miraba. Limpió mis heridas cuando ese médico bastardo nos inyectaba sus sueros experimentales. Arriesgó ser golpeada solo por protestar que las condiciones eran inhumanas. —Su voz se quebró ligeramente—. Eras tú. Siempre fuiste tú.

Me soltó, dándome espacio, pasándose una mano por el cabello en un gesto de frustración demasiado humano.

—Así que no, no tenía derecho. Pero tampoco podía dejarte morir. No a ti.

El silencio que siguió estuvo cargado de todo lo que no podíamos decir. Yo, procesando que mi bondad casual había significado tanto para alguien en su peor momento. Él, claramente lidiando con haber cruzado una línea que no se podía descruzar.

Finalmente, logré encontrar palabras.

—¿Cuánto tiempo tengo? Antes de que el cambio sea... permanente.

—Tres ciclos lunares. —Señaló al cielo donde una luna menguante era apenas visible—. En la tercera luna llena, o completas la transformación o tu cuerpo rechazará el virus y morirás. Es doloroso. Muy doloroso.

—Perfecto. —Solté una risa histérica—. Entonces tengo tres meses para decidir si quiero ser un monstruo o morir agonizando. Fantástico. Simplemente fantástico.

—No eres un monstruo. —Su tono era firme—. Yo no soy un monstruo. Somos... diferentes. Más antiguos. Mi pueblo ha vivido en estas islas durante mil años, mucho antes de que los humanos llegaran con sus barcos y sus armas.

Miré a mi alrededor, realmente viendo por primera vez dónde estábamos. La playa de arena volcánica negra se extendía en una media luna, terminando en acantilados escarpados a ambos lados. Tierra adentro, podía ver los restos de estructuras, construcciones que alguna vez habían sido edificios pero que ahora estaban en ruinas, cubiertas de musgo y enredaderas resistentes.

Y entre las ruinas, movimiento.

Lobos.

Docenas de ellos, de todos los tamaños, emergiendo de las sombras. Pero no se acercaban, se mantenían a distancia, observando con una inteligencia inquietante.

—Tu manada. —No fue una pregunta.

—Lo que queda de ella. —Dante los observó con una mezcla de alivio y pena—. Éramos trescientos. Ahora somos cuarenta y dos.

El número me golpeó como un puño en el estómago.

—¿Qué pasó?

—Los cazadores llegaron hace dos años. Nos habían rastreado durante décadas, pero finalmente encontraron la isla. Trajeron armas, helicópteros, redes de plata. —Su voz era plana, muerta—. Mataron a los ancianos primero, luego a las madres con cachorros. Mi hermano, Mateo, se quedó para que el resto pudiéramos escapar. Nunca lo volví a ver.

Cada palabra era una cicatriz, un trauma que llevaba escrito en su piel y en su alma.

—Terminamos capturados de todas formas. El Dr. Morrison, el hombre que iba a comprar nuestros cuerpos para sus experimentos, ya había pagado millones. Tu prometido era solo el intermediario.

Sebastián. El hombre que había amado, que había planeado casarse conmigo, era un traficante de personas. Porque eso era lo que eran Dante y su manada: personas, solo que diferentes.

—Lo siento. —Las palabras se sentían inadecuadas, insignificantes—. Sé que no cambia nada, pero lo siento.

Dante me estudió durante un largo momento, luego asintió lentamente.

—No eres responsable de las acciones de otros. Pero ahora... estás conectada a nosotros. La mordida te vincula a la manada, a mí como Alfa. Puedes sentirlo, ¿verdad? El tirón.

Tenía razón. Ahora que lo mencionaba, podía sentir algo extraño en mi pecho, como un hilo invisible que se extendía desde mí hacia él. Un pulso constante, un conocimiento instintivo de dónde estaba incluso si cerraba los ojos.

—¿Qué significa eso exactamente?

—Significa que si completas la transformación, serás parte de esta manada. Tendrás deberes, protecciones, un lugar. —Hizo una pausa—. Y significa que necesito pedirte algo que no tengo derecho a pedir.

Un escalofrío me recorrió que no tenía nada que ver con la ropa mojada.

—¿Qué?

Dante se volvió para mirarme de frente, y la vulnerabilidad en su expresión era más aterradora que cualquier demostración de fuerza.

—Cásate conmigo.

El mundo se detuvo.

—¿Qué?

—Escúchame antes de que digas que no. —Levantó las manos en gesto apaciguador—. La ley de la manada exige que el Alfa esté vinculado a alguien para mantener el liderazgo. Perdí a mi compañera hace tres años en el primer ataque de los cazadores. Desde entonces, he mantenido el control por pura fuerza, pero hay... facciones. Lobos que creen que necesitamos un líder diferente, alguien dispuesto a negociar con los humanos, a escondernos para siempre.

—¿Y casarte conmigo resuelve eso cómo?

—Eres humana. Bueno, serás mitad humana incluso después de la transformación completa. —Su explicación se aceleraba, como si temiera perder el coraje—. Eso te hace un puente entre nuestros mundos. Además, tienes conocimientos médicos. Esta manada ha estado sin un sanador adecuado desde que Morrison capturó a nuestra curandera hace un año.

—Esto es demente. —Me reí sin humor—. Hace seis horas descubrí que mi prometido me engañaba. Ahora me estás pidiendo que me case con un hombre-lobo en una isla volcánica para resolver tus problemas políticos.

—Sí. —No lo negó—. Es completamente demente. Pero es tu única opción de supervivencia, y es mi única opción de mantener unida a esta manada el tiempo suficiente para recuperar lo que nos quitaron.

—¿Qué nos quitaron? Pensé que Morrison estaba muerto, que el barco se hundió.

La sonrisa de Dante fue completamente depredadora.

—Morrison está en una instalación en las Islas Georgias del Sur. Y tiene algo que pertenece a mi familia. A mi sangre. —Su voz bajó a un gruñido—. Tiene a mi sobrina. La hija de mi hermano. Tiene cinco años, y ha estado en sus laboratorios durante seis meses.

El horror me atravesó.

—Una niña... experimentando con una niña...

—Por eso necesito tu ayuda. —Dante se arrodilló frente a mí, un gesto de súplica tan fuera de lugar viniendo de alguien tan poderoso que me dejó sin palabras—. No puedo infiltrarme solo. Morrison conoce mi olor, tiene medidas para detectarnos. Pero tú, recién transformada, con conocimiento médico, podrías conseguir empleo en su instalación. Podrías ser mis ojos por dentro.

—Me estás pidiendo que me convierta en espía. Que arriesgue mi vida.

—Te estoy ofreciendo un propósito. —Se puso de pie—. Te traicionaron, Lucía. Te usaron. Sebastián te vio como una herramienta descartable. Pero yo te veo como eres: fuerte, compasiva, capaz de tomar decisiones difíciles cuando importa.

Se acercó nuevamente, y esta vez no me alejé.

—Cásate conmigo. No tiene que ser real, no de esa manera. Puedo dormir en el otro lado de la isla si quieres. Pero dame tres meses. Ayúdame a recuperar a mi sobrina, a darle a esta manada una oportunidad de supervivencia. Y después, si todavía quieres irte, si quieres volver a tu vida humana, te ayudaré a encontrar la forma.

—¿Y si no hay forma? ¿Si la transformación es permanente?

—Entonces te enseñaré a vivir con ella. A controlarla. A ser libre de verdad, no la versión de libertad que los humanos te vendieron.

Sus palabras resonaron en algo profundo dentro de mí. Toda mi vida había seguido las reglas, había sido la hija buena, la novia obediente, la enfermera dedicada. ¿Y dónde me había llevado? A ser traicionada en un barco, casi asesinada, convertida en algo que ni siquiera comprendía.

Pero Dante me ofrecía algo diferente.

Una elección.

El lema apareció en mi mente como si siempre hubiera estado ahí, esperando este momento.

—Si acepto... —Mi voz era firme ahora, sorprendiéndome a mí misma—. Tengo condiciones.

Los ojos de Dante se iluminaron con algo que podría haber sido esperanza.

—Dime.

—Primero, me entrenas. No seré un peso muerto o un señuelo indefenso. Si voy a infiltrarme, necesito saber cómo defenderme.

—Hecho.

—Segundo, nada de secretos sobre lo que soy, lo que significa la transformación. Quiero saber todo.

—Te lo juro.

—Tercero... —Tragué saliva, porque esta era la parte que me aterraba más—. Cuando rescatemos a tu sobrina, me ayudas a encontrar a mi familia. A decirles que estoy viva. No tienen que saber qué soy ahora, pero merecen saber que no me ahogué.

Dante asintió lentamente.

—Es justo. ¿Algo más?

Sí. Una cosa más. La cosa que me hacía sentir terrible y empoderada al mismo tiempo.

—Cuando encontremos a Morrison... quiero estar ahí cuando lo enfrentes. Por cada lobo que torturó, por cada niño que robó. —Mis puños se apretaron—. Y por hacerme parte de esto sin elección. Quiero verlo pagar.

La sonrisa que Dante me dio fue casi hermosa en su ferocidad.

—Trato hecho, mi luna.

Extendió su mano, y esta vez cuando la tomé, sentí algo cambiar en el aire entre nosotros. El vínculo en mi pecho pulsó más fuerte, casi doloroso, y vi el mismo reconocimiento en sus ojos.

—¿Qué fue eso?

—El pacto. —Su voz era grave, reverente—. Acabas de aceptarte como parte de la manada. Como mi compañera elegida. El vínculo lo reconoció.

—Pensé que dijiste que no tenía que ser real.

—Y no tiene que serlo. —Pero no soltó mi mano—. Pero el vínculo no distingue entre amor y deber, Lucía. Solo conoce lealtad. Y acabas de jurarme la tuya.

Debería haberme asustado. Debería haber retrocedido. Pero mientras miraba a este hombre-lobo, este ser que había sufrido tanto y aún encontraba la fuerza para proteger a los suyos, sentí algo encenderse en mi pecho.

No era amor. Todavía no.

Era algo más peligroso.

Propósito.

—Entonces sellemos este trato apropiadamente. —Mi voz salió más firme de lo que me sentía—. ¿Cómo se casa uno en una manada de licántropos?

Dante parpadeó, claramente no esperando que aceptara tan rápido.

—Bajo la luna. Con la manada como testigo. Es simple: compartimos sangre, declaramos nuestras intenciones, y...

—¿Y?

Se acercó más, su aliento acariciando mi mejilla.

—Y yo te marco. Permanentemente. Una mordida que dejará mi sello en ti para que cualquier lobo sepa que estás protegida.

Mi corazón latía tan fuerte que estaba segura de que podía oírlo.

—¿Dónde?

—Donde tú elijas. Tradicionalmente es el cuello o el hombro.

Miré las marcas ya en mi garganta, las que me habían transformado.

—El hombro entonces. —No sabía por qué, pero la idea de que pusiera otra marca en mi cuello se sentía demasiado íntimo, demasiado real.

—Muy bien. —Dante se giró hacia la manada que todavía esperaba a la distancia—. ¡Hermanos, hermanas! —Su voz se amplificó, resonando con un poder que hizo vibrar mis huesos—. Presenten sus respetos a su nueva Alfa Luna. Lucía Mendoza ha aceptado el pacto.

Los aullidos que siguieron fueron ensordecedores, primales, y para mi sorpresa absoluta, sentí la urgencia de responder.

Mi garganta vibró con un sonido que no era completamente humano.

Y por primera vez desde que desperté en esta playa pesadillesca, sonreí.

Porque finalmente, después de veintiocho años de ser lo que otros esperaban de mí, estaba eligiendo mi propio destino.

Incluso si ese destino incluía colmillos y garras.

—Entonces hazlo. —Descorrí el cabello de mi hombro izquierdo—. Marca a tu luna, Dante Salvatore.

Sus ojos brillaron dorados en la luz tenue, la transformación parcial deslizándose sobre él como una segunda piel. Cuando habló, su voz era una mezcla de hombre y bestia.

—Esto va a doler.

—Todo en mi vida duele últimamente. —Sostuve su mirada—. ¿Qué es un poco más de dolor?

Dante rió, un sonido profundo y genuino que me hizo darme cuenta de que probablemente no había reído en mucho, mucho tiempo.

—Eres extraordinaria, ¿lo sabías?

—Ahora lo soy. —Incliné la cabeza, ofreciéndole acceso—. Antes era solo Lucía, la novia perfecta. Ahora soy...

Sus colmillos rozaron mi piel.

—Mía. —Gruñó.

Y mordió.

El dolor explotó en mi hombro, pero extrañamente, debajo del dolor había otra cosa. Placer. Un calor líquido que se derramó por mis venas, haciendo que mis rodillas cedieran. Dante me atrapó, sosteniéndome contra su pecho mientras su saliva sanaba la herida casi tan rápido como la había hecho.

Cuando finalmente se separó, había sangre en sus labios y algo feral en su mirada que me hizo tragar en seco.

—Hecho. —Su voz todavía era gutural—. Eres mi compañera ante la manada. Mi luna. Mi igual.

El vínculo en mi pecho no era un hilo ahora. Era una cadena. Irrompible. Inevitable.

Y lo más aterrador de todo: no quería romperlo.

—¿Y ahora qué? —susurré, todavía en sus brazos.

Dante me bajó gentilmente, dando un paso atrás para recuperar su compostura. Cuando habló nuevamente, su voz había vuelto a la normalidad, aunque sus ojos todavía brillaban.

—Ahora te presentamos formalmente a la manada. Luego descansas, comes. Mañana comienza tu entrenamiento. —Su expresión se endureció—. Porque en tres meses, infiltramos la instalación de Morrison.

—Y rescatamos a tu sobrina.

—Nuestra sobrina. —Me corrigió—. Eres familia ahora, Lucía. Todo lo que es mío es tuyo. Incluyendo mis enemigos.

—Perfecto. —Alcé mi barbilla, sintiendo algo salvaje y libre despertar dentro de mí—. Porque tengo algunos propios que añadir a la lista.

La sonrisa de Dante fue una promesa de violencia venidera.

—¿Venganza entonces? Además de rescate.

—Justicia. —Corregí—. Sebastián, Morrison, todos los que pensaron que podían usar a otros como objetos descartables. Van a aprender que eligieron a las víctimas equivocadas.

—Así se habla, mi luna.

Extendió su mano nuevamente, no como petición esta vez, sino como camarada.

La tomé.

Y mientras caminábamos juntos hacia la manada que esperaba, hacia mi nueva familia imposible, supe con absoluta certeza:

Lucía Mendoza, la enfermera obediente, había muerto en ese barco.

La que había sobrevivido era alguien completamente nuevo.

Alguien con colmillos.

Alguien con propósito.

Alguien que finalmente había decidido quién era.

Y los que me habían convertido en esto iban a lamentarlo.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP