Las horas transcurrían lentamente, pero Dante no encontraba paz. A pesar de que el santuario del Lirio Azul irradiaba calma, con sus aguas cálidas y un silencio que rozaba lo sagrado, su interior era un caos.
No era solo la traición de Perry lo que le oprimía el pecho. No. Era algo más profundo, más oscuro. Una punzada lo inquietaba como un presagio… un presentimiento ineludible: algo terrible estaba ocurriendo en Marabí.
Su corazón se aceleró. Su respiración se hizo errática.
—Debo regresar... ¡ya! — murmuró, girando sobre sí mismo con un golpe de aleta.
Sin pensarlo más, se impulsó con fuerza en el agua, cortando la corriente como si pudiera dejar atrás la inquietud que lo devoraba por dentro.
—¿Qué está pasando? ¿Será la barrera? No… no puede ser… — pensó, y un escalofrío le recorrió la espalda.
—¡No! Si ha caído… ¡debo darme prisa!
El agua se tornó más densa a cada brazada. Cuando apenas había recorrido la mitad del trayecto, un grupo de guardias lo interceptó. Los ojos de uno de