Al ver la firmeza en los ojos de Archer, el rey Tyler asintió en silencio. Los reyes de Marabí no opusieron resistencia; sabían que había llegado el momento. Leila, su madre, también lo entendió. Archer ya no era el niño que una vez abrazó entre corales. Había sobrevivido lejos de casa, había regresado por voluntad propia... y ahora, ella creía con el alma que también volvería esta vez.
—Preparen todo — ordenó con voz grave el rey Argos a sus hombres — Que los príncipes abandonen el mar sin obstáculos. Quiero cada zona despejada. Ninguna corriente debe interrumpir su paso.
La orden se cumplió con rapidez, como si el mismo océano hubiese contenido la respiración.
Archer y Ermys cruzaron la barrera marina, nadando hacia la superficie. Si mantenían el ritmo, llegarían en un par de horas a la isla de Nim, aquel lugar olvidado donde los reyes de Marabí alguna vez veranearon, mucho antes de que la maldición de Atargatis tiñera el mar de sombras. Ahora, esa mansión debía yacer silenciosa, cub