Mundo ficciónIniciar sesiónLa tinta bajo las uñas de Elyra Meris nunca desaparecía completamente.
Podía restregar hasta que su piel se pusiera rosa y en carne viva, podía usar los hechizos de limpieza que las otras aprendices empleaban, pero las manchas siempre volvían. Negro azulado en las cutículas, sombras grises en los nudillos. Su madre solía decir que era la marca de una mujer trabajadora, dicho con ese tono de voz que hacía que sonara como un insulto.
"Las damas no tienen tinta en las manos, Elyra. Las damas no huelen a pergamino viejo y polvo de archivo."
Bueno, su madre había muerto hacía cinco años, y Elyra seguía teniendo tinta en las manos. Así que tal vez nunca había sido una dama para empezar.
La Biblioteca de los Vigilantes estaba en silencio a esta hora de la madrugada, ese tipo de silencio que presionaba contra los tímpanos hasta que el zumbido de tu propia sangre se convertía en una sinfonía. Elyra había aprendido a amar este silencio. Era el único lugar en todo el Bastión donde nadie esperaba que fuera otra cosa que lo que era: una chica de los barrios bajos que había tenido la insolencia de nacer con magia en las venas.
Se recostó contra la silla, frotándose los ojos cansados. El libro frente a ella estaba escrito en Alto Aeriano, un idioma muerto que solo ella y otros tres archivistas podían descifrar. Las palabras nadaban en la página, símbolos que se retorcían bajo la luz vacilante de las lámparas de cristal que colgaban del techo abovedado.
"Los Vigilantes requieren individuos de linaje comprobado, aquellos cuya sangre canta con la pureza de las antiguas casas..."
Elyra cerró el libro con más fuerza de la necesaria.
Linaje. Siempre volvía al maldito linaje.
Su madre había sido lavandera en el Distrito de las Aguas Bajas, con las manos agrietadas y rojas de estar metidas en agua helada durante catorce horas al día. Su padre... bueno, su padre había sido un comerciante de hierbas que desapareció cuando Elyra tenía siete años, dejando solo deudas y una reputación manchada. No había linaje ahí. No había antigua casa noble. Solo pobreza, el tipo que se pegaba a tu piel como aceite rancio y nunca se iba del todo.
Cuando su magia había manifestado a los trece años—incendiando accidentalmente todo el puesto de su vecino en el mercado—los Vigilantes habían venido. No por caridad. No porque les importara una niña asustada cuyos dedos chisporroteaban con llamas que no podía controlar. Sino porque la magia sin entrenar era peligrosa, y los peligros debían ser contenidos.
"Neutralizada", había dicho el Vigilante que la recogió, un hombre con cicatrices y ojos fríos. Como si Elyra fuera una bomba en lugar de una persona.
Seis años después, y todavía no estaba segura de que él hubiera estado equivocado.
Un escalofrío recorrió su columna vertebral, ese tipo de advertencia primitiva que su magia le daba cuando algo no estaba bien. Elyra levantó la vista de los libros esparcidos en su mesa, su mirada recorriendo las sombras que se acumulaban entre los estantes interminables.
La biblioteca siempre había tenido una presencia, una especie de conciencia dormida que respiraba con el voltear de páginas antiguas. Pero esta noche se sentía diferente. Observante. Como si algo hubiera despertado.
Su mano se movió instintivamente hacia el medallón que llevaba alrededor del cuello, un disco de plata grabado con runas de protección. No era gran cosa, no como los artefactos que los Vigilantes de sangre pura podían permitirse. Pero lo había hecho ella misma, vertiendo cada gramo de su poder en las inscripciones hasta que sus dedos sangraron. Y funcionaba. La mayoría de las veces.
El susurro llegó tan bajo que casi lo confundió con el viento filtrándose por las grietas en las paredes de piedra.
"Elyra..."
Se puso de pie tan rápido que su silla cayó hacia atrás con un golpe que resonó como un disparo. Su corazón latía contra sus costillas, y la magia cosquilleaba en las palmas de sus manos, lista para defenderla.
—¿Quién está ahí?
Silencio. Luego, desde las profundidades de la biblioteca, entre los estantes que se extendían hacia atrás en la oscuridad, ese susurro de nuevo.
"La llave... la llave está despertando..."
Elyra no era estúpida. Sabía que cuando las voces incorpóreas empezaban a susurrar tu nombre en bibliotecas antiguas, lo inteligente era salir corriendo. Pero también sabía que lo inteligente rara vez era lo útil, y ella no había sobrevivido seis años entre los Vigilantes siendo cobarde.
Recogió su báculo—un pedazo de madera de fresno que había tallado ella misma porque no podía permitirse uno de verdad—y avanzó hacia las sombras.
La biblioteca era enorme, una estructura laberíntica que se extendía hacia abajo en las profundidades del Bastión como una colmena invertida. Los estantes se alzaban tres pisos de altura, conectados por escaleras de hierro forjado que gemían bajo el peso. Elyra conocía estas estanterías mejor que la palma de su mano. Había pasado más noches aquí que en su propia habitación, prefiriendo la compañía de los muertos y sus secretos escritos a los Vigilantes vivos y sus susurros sobre ella.
"¿Escuchaste? Creció en las Aguas Bajas."
"Mi prima dice que su madre murió de la enfermedad. La de los pobres, ya sabes."
"Es bastante competente con la magia menor. Para ser una sin linaje."
Como si ser pobre fuera contagioso. Como si la magia en su sangre fuera menos real porque no venía con un apellido antiguo.
El susurro la guió más profundo, pasando el archivo de historia reciente, pasando los textos de magia elemental, hasta una sección que Elyra raramente visitaba: los archivos sellados. Aquí, los libros estaban encadenados a los estantes, protegidos con runas que brillaban débilmente en la oscuridad. Conocimiento peligroso, habían dicho cuando la advirtieron sobre esta sección. Solo los Vigilantes de alto rango tenían acceso.
Elyra nunca había sido buena siguiendo reglas que no tenían sentido.
Uno de los libros brillaba con una luz tenue y verde, pulsando como un corazón. Las cadenas que lo sostenían temblaban, tensándose contra sus anclajes. Elyra se acercó con cuidado, sintiendo la magia radiando del tomo como calor de una hoguera.
—Esto es tremendamente mala idea —murmuró para sí misma.
Extendió la mano. Los dedos estaban a centímetros del libro cuando la puerta de la biblioteca se abrió de golpe.
Elyra giró en redondo, su báculo alzándose, magia chisporroteando en las puntas de sus dedos. Una figura se tambaleó dentro, envuelta en sombras y...
¿Sangre?
—Por todos los dioses —jadeó, corriendo hacia adelante.
El hombre casi cayó, atrapándose contra una estantería en el último momento. Su capa estaba rasgada, empapada en algo oscuro que goteaba al suelo. Cuando levantó la cabeza, Elyra vio que su rostro estaba pálido, sus ojos febrilmente brillantes.
—Necesito... —su voz era ronca, rota— necesito a la archivista. La que... que puede leer las lenguas muertas.
—Ese soy yo. —Elyra alcanzó su brazo, tratando de soportar su peso—. Estás herido. Déjame—
—No hay tiempo. —Él se apartó de su agarre, tambaleándose hacia la mesa más cercana. Con manos temblorosas, sacó algo de su capa: un pergamino enrollado, sellado con cera negra—. Esto... tienes que tener esto.
—¿Qué es?
—Una advertencia. —Dejó caer el pergamino sobre la mesa, y Elyra vio que sus dedos dejaban manchas rojas en la superficie—. O una profecía. Maldita sea si sé la diferencia.
Elyra miró el pergamino, luego al hombre. Había algo en él que la ponía nerviosa, algo en la forma en que sus ojos seguían moviéndose hacia las sombras, como si esperara que algo saltara de ellas.
—¿Quién eres?
—Nadie importante. —Rió, un sonido áspero que se convirtió en una tos—. Solo un mensajero estúpido que pensó que podía robar verdades de lugares donde no debería haber mirado.
—¿Robaste esto?
—Lo rescaté. —Miró hacia la puerta, su cuerpo tensándose—. Tengo que irme. Ellos no pueden... no pueden saber que estuve aquí.
—Espera, al menos déjame curarte—
—No puedes curar esto. —Levantó su camisa lo suficiente para que Elyra viera las marcas: garras negras que se extendían desde una herida en su costado, venas oscuras irradiando de ella como grietas en hielo—. Corrupción. Ya estoy muerto, solo que mi cuerpo no lo sabe todavía.
El horror debe haber mostrado en su rostro porque el hombre sonrió, amargo.
—No lo lamentes, muchacha. Sabía los riesgos. Pero tú... —señaló el pergamino— tú necesitas saber. Alguien necesita saber antes de que sea demasiado tarde.
—¿Saber qué?
—Que está despertando. —Sus ojos se encontraron con los de ella, y Elyra vio miedo puro en ellos—. El Errante. Y cuando despierte completamente, todos vamos a desear estar tan muertos como yo.
Antes de que Elyra pudiera responder, antes de que pudiera siquiera procesar las palabras, el hombre se giró y salió tambaleándose por la puerta. Sus pasos resonaron en el pasillo exterior, cada vez más débiles, hasta que se desvanecieron por completo.
Elyra se quedó sola con el pergamino.
Sus manos temblaban cuando alcanzó el rollo. El sello de cera estaba grabado con un símbolo que no reconocía: un ojo rodeado de llamas, o tal vez tentáculos. Era difícil de decir en la luz tenue.
No lo abras. Llama a los Vigilantes superiores. Reporta esto. Deja que los que tienen el linaje correcto y el rango correcto manejen esto.
Pero si hacía eso, la apartarían. La enviarían de vuelta a clasificar libros y limpiar polvo, mientras los "verdaderos" Vigilantes se encargaban de los asuntos importantes. Y ella nunca sabría qué era esto, qué era tan importante que un hombre había venido aquí a morir solo para asegurarse de que alguien lo supiera.
Elyra rompió el sello.
El pergamino se desenrolló en sus manos, y el papel estaba más pesado de lo que debería estar, como si estuviera hecho de algo más que solo fibra y tinta. Los símbolos que cubrían la superficie brillaban débilmente, pulsando con su propia luz interna.
No era Alto Aeriano. No era ningún idioma que reconociera inmediatamente, pero había algo familiar en los patrones, en la forma en que las líneas se curvaban y entrecruzaban...
Su magia respondió antes de que su mente entendiera.
El calor explotó de su pecho, irradiando hacia afuera en ondas que hicieron temblar las páginas de los libros cercanos. El medallón alrededor de su cuello quemaba, tan caliente que sintió como si le estuviera marcando la piel. Y de repente, las palabras del pergamino tenían sentido, como si su magia las estuviera traduciendo directamente a su mente:
En las profundidades donde la luz no alcanza Donde el agua negra fluye y los antiguos duermen El Errante aguarda su recipiente La llave que abrirá su prisión La sangre que alimentará su despertar
Cuando tres sombras se crucen en la niebla Cuando la primera pérdida sangre La segunda sea traicionada Y la tercera despierte
Entonces comenzará el fin Y Aerisport arderá con llamas que nunca se apagan
Elyra soltó el pergamino como si la hubiera quemado. Cayó sobre la mesa, pero las palabras parecían flotar frente a sus ojos, impresas en su retina como cicatrices.
Luego llegó la visión.
No hubo advertencia, ninguna transición suave. Un momento estaba en la biblioteca, el siguiente estaba en otro lugar.
Oscuridad. Absoluta y completa. Pero no era la oscuridad de una habitación sin luz, era la oscuridad de algo vivo, una oscuridad que respiraba y observaba y hambreaba.
Agua negra como la obsidiana fluía a su alrededor, aunque no la sentía, como si fuera un fantasma en este lugar. Las paredes eran de piedra antigua, cubierta de símbolos que brillaban con una luz enfermiza y verde. Y en el centro, en una cámara tan grande que no podía ver el techo...
Una figura.
Alta. Imposiblemente alta. Envuelta en sombras que se movían como serpientes, como humo, como algo entre ambos. No podía ver su rostro, si es que tenía uno, pero podía sentir su atención volviéndose hacia ella. Podía sentir su hambre.
"Por fin..." La voz no venía de la figura sino del agua, de las paredes, de su propia sangre. "Por fin has venido a mí, llave. Por fin estás lista para abrir las puertas."
—No —susurró Elyra, aunque no tenía boca en este lugar, no tenía voz—. No soy—
"Hueles a ella. A la que fue. A la que será. El ciclo debe completarse. El sacrificio debe ser pagado."
La figura se movió, y aunque no la tocó, Elyra sintió algo atravesarla, como dedos helados revolviendo en sus entrañas. Dolor. Ardiente y frío al mismo tiempo. Y entonces vio—
Una mujer con su rostro, pero no del todo, de pie en un templo en llamas.
La misma mujer, cayendo de rodillas mientras algo oscuro se derramaba de su boca.
La misma mujer, pero diferente cada vez, una línea interminable de rostros que eran los suyos pero no, extendiéndose hacia atrás en el tiempo hasta que se fusionaban en una sola silueta que se erguía ante la figura oscura con los brazos extendidos en ofrenda o rendición—
Elyra gritó.
El sonido rompió la visión como vidrio rompiéndose. Se encontró de regreso en la biblioteca, de rodillas en el suelo de piedra, con el pecho agitándose en jadeos irregulares. Lágrimas que no recordaba derramar le picaban las mejillas. Y el medallón en su cuello había dejado de quemar, pero cuando bajó la mirada, vio que había dejado una marca: un círculo rojo y crudo en su piel, del mismo tamaño y forma del símbolo en el sello de cera.
—¿Qué demonios...?
—¿Elyra?
La voz la hizo saltar tanto que casi cayó hacia atrás. Giró la cabeza tan rápido que algo crujió dolorosamente en su cuello.
Kael estaba en la puerta de la biblioteca.
Por un momento horrible, Elyra no pudo hacer nada más que mirarlo. Su mente todavía estaba medio atrapada en la visión, en esa oscuridad que respiraba, en la voz que la había llamado "llave". Se preguntó si él podría verlo en ella, si la corrupción que había visto en ese lugar ahora la manchaba también.
Pero entonces su cerebro finalmente se puso al día con lo que estaba viendo: Kael estaba herido. Sangre empapaba su manga, gotando al suelo con un ritmo constante. Su rostro estaba más pálido de lo normal, líneas de dolor talladas alrededor de su boca.
—Dioses. —Elyra se obligó a ponerse de pie, aunque sus piernas estaban temblorosas—. ¿Qué te pasó?
—Licántropo. —Kael se apoyó contra el marco de la puerta, y Elyra vio lo mucho que le estaba costando mantenerse erguido—. Pensé que tal vez... que podrías tener algo aquí. Para sellar la herida hasta que pueda llegar a la enfermería.
—¿Pensaste, o sabías que la enfermería te haría esperar porque estás en sus malas gracias otra vez?
Una sonrisa fantasma cruzó su rostro, allí y desaparecida tan rápido que podría haberla imaginado.
—¿No puedo hacer una visita amistosa a mi archivista favorita?
—Soy la única archivista que hablas sin parecer que te están sacando los dientes.
—Exacto. Mi favorita.
A pesar de todo—la visión, el miedo, el hombre moribundo que había estado aquí hace momentos—Elyra sintió algo tibio desenroscarse en su pecho. Kael tenía eso, esa habilidad de hacer que el mundo pareciera un poco menos terrible solo por estar en él.
Era peligroso, ese sentimiento. Ella lo sabía. Sabía que Kael Orin estaba tan fuera de su alcance como las estrellas, un Vigilante de alto rango con un linaje que se remontaba a los fundadores. Y ella era... bueno. Ella era Elyra Meris, de las Aguas Bajas, cuya madre había muerto con las manos agrietadas y cuyo padre había sido un cobarde.
Pero saber algo y sentirlo eran dos cosas diferentes.
—Ven. —Se obligó a moverse hacia él, a mantener su voz profesional—. Siéntate antes de que te desmayes y tenga que arrastrarte.
—Romántico.
—Cállate.
Ella lo guió hacia su mesa de trabajo, moviendo cuidadosamente libros y papeles a un lado. El pergamino del hombre moribundo quedó boca abajo, ocultando las palabras proféticas. Elyra no estaba lista para compartir eso todavía. No hasta que entendiera qué significaba.
Kael se dejó caer en la silla con un gruñido de alivio. De cerca, se veía peor. Moretones florecían a lo largo de su mandíbula, y había un corte en su sien que había dejado de sangrar pero que necesitaba sutura.
—Esto se ve mal —dijo Elyra, comenzando a enrollar su manga empapada de sangre.
—He tenido peor.
—Eso no me hace sentir mejor sobre tu habilidad para permanecer vivo.
—¿Te preocupas por mí, Meris?
Había algo en su tono que hizo que Elyra levantara la vista. Sus ojos se encontraron, y por un momento largo, nadie habló.
Kael tenía ojos inusuales, un gris pálido que a veces parecía azul, dependiendo de la luz. Eran ojos que habían visto demasiado, que contenían demasiado dolor. Pero cuando la miraba así, con esa intensidad callada, Elyra se sentía como si pudiera ver en ella, más allá de todas las paredes que había construido.
—Alguien tiene que hacerlo —dijo finalmente, forzando ligereza en su voz—. Claramente no te preocupas lo suficiente por ti mismo.
Algo cruzó su rostro, demasiado rápido para nombrarlo. Luego miró hacia abajo, rompiendo el contacto visual.
—Solo haz tu magia, bruja.
Elyra rodó los ojos y se concentró en su brazo. Las heridas eran profundas, garras que habían cortado músculo. Iba a dejar cicatrices.
Puso sus manos sobre las heridas, ignorando cómo Kael se tensó bajo su toque. Su magia respondió fácilmente, un calor suave que fluía de su centro hacia sus palmas. No era curación verdadera—eso requería más poder del que tenía—pero podía detener el sangrado, podía cerrar las heridas lo suficiente para que no muriera antes de llegar a ayuda adecuada.
Bajo sus dedos, sintió la piel de Kael recomponerse, las fibras musculares entrelazándose de nuevo. Y sintió algo más: calor, diferente del calor de su magia. El calor de un cuerpo vivo bajo sus manos, el pulso constante de su sangre, la forma en que su respiración se había vuelto superficial.
Cuando terminó, siguió tocándolo un momento más de lo necesario. Sus dedos descansaban sobre su antebrazo, y podía sentir el latido de su corazón bajo su piel.
Kael no se movió.
—Elyra —dijo en voz baja.
Ella levantó la vista, y algo en su expresión hizo que su respiración se atascara en su garganta. Había dolor allí, y culpa, y algo más que no podía nombrar pero que hacía que su propio corazón latiera más rápido.
Lentamente, como si no estuviera completamente seguro de lo que estaba haciendo, Kael levantó su mano buena. Sus dedos rozaron su mejilla, apartando un mechón de cabello que se había soltado de su trenza descuidada.
—Gracias —murmuró.
Su pulgar trazó la línea de su pómulo, tan ligero que podría haberlo imaginado. Elyra se quedó congelada, atrapada entre alejarse y acercarse, su mente gritando que esto era estúpido, que estaba leyendo mal la situación, que—
Un estruendo resonó en algún lugar arriba, seguido de gritos.
Ambos se separaron como si los hubieran quemado. Kael estuvo de pie en un instante, su mano moviéndose hacia su espada a pesar de sus heridas. Elyra agarró su báculo, su corazón latiendo por razones que no tenían nada que ver con el peligro.
—Quédate aquí —ordenó Kael, ya moviéndose hacia la puerta.
—Ni en sueños.
Él le lanzó una mirada por encima del hombro, como si fuera a discutir. Luego, sorprendentemente, asintió.
—Entonces mantente detrás de mí.
Salieron juntos al pasillo. El sonido venía desde arriba, desde los niveles principales del Bastión. Más gritos, luego un rugido que hizo que las lámparas a lo largo de las paredes temblaran.
—Eso no suena bien —murmuró Elyra.
—Nunca lo hace.
Comenzaron a subir las escaleras, tomándolas de dos en dos. El rugido llegó de nuevo, más fuerte ahora, y Elyra sintió su magia agitarse inquieta. Algo estaba mal. Muy, muy mal.
Llegaron al nivel principal para encontrar el caos.
Vigilantes corrían en todas direcciones, algunos medio vestidos como si los hubieran sacado de la cama. El aire olía a azufre y algo más, algo dulzón y enfermizo que hizo que el estómago de Elyra se revolviera.
—¡Capitán Orin! —Un joven Vigilante corrió hacia ellos, con los ojos salvajes—. Es en el ala este. Algo... algo rompió los sellos.
—¿Qué cosa?
—No lo sabemos. Simplemente apareció, como si... como si siempre hubiera estado allí. Y ahora no podemos contenerlo.
Kael maldijo y corrió hacia el ala este. Elyra lo siguió, su báculo apretado en su mano. Su mente corría. El ala este era donde mantenían los artefactos más peligrosos, los objetos mágicos demasiado poderosos para ser usados pero demasiado valiosos para ser destruidos.
Y entonces recordó: el Talismán de Arkenis estaba en el ala este.
No. No, no, no—
Doblaron la esquina y Elyra vio la cámara. O lo que quedaba de ella.
La puerta de hierro reforzado había sido arrancada de sus bisagras, retorcida como papel de estaño. Dentro, las cajas de contención yacían destrozadas, sus contenidos desparramados por el suelo. Y en el centro de todo, rodeado por media docena de Vigilantes que se veían aterrorizados...
Una sombra.
No era solo una sombra ordinaria, era una sombra con forma, una sombra que se movía de forma independiente a cualquier fuente de luz. Tenía vagamente forma humanoide, pero sus extremidades eran demasiado largas, sus dedos terminando en puntos que se retorcían como garras.
Y estaba sosteniendo el Talismán de Arkenis.
La joya oscura brillaba en el agarre de la sombra, pulsando con una luz que parecía absorber la iluminación de la habitación en lugar de añadirla. Mientras Elyra observaba, horrorizada, la sombra llevó el talismán hacia su pecho—o donde su pecho habría estado—y la joya se hundió en su forma como una piedra en agua oscura.
La sombra se giró.
No tenía ojos, no tenía rostro, pero Elyra sintió su mirada posarse sobre ella. Y en ese momento, supo con una certeza que helaba su sangre hasta la médula:
La sombra no estaba aquí por el talismán.
Estaba aquí por ella.
—¡CORRAN! —gritó alguien.
Pero era demasiado tarde. La sombra se movió, más rápido de lo que algo tan grande debería poder moverse. Cruzó la habitación en un parpadeo, derribando a Vigilantes a su paso como si fueran muñecos.
Kael se interpuso entre Elyra y la criatura, su espada desenvainada y brillando con luz azul. La hoja cortó a través de la sombra, pero pasó a través de ella como si no fuera más que humo.
La sombra alcanzó a Kael y lo lanzó a un lado. Él se estrelló contra la pared con un crujido enfermizo y cayó al suelo, sin moverse.
—¡KAEL! —El grito de Elyra desgarró su garganta.
La sombra estaba frente a ella ahora. Su mano—si es que podía llamarse así—se extendió. Y desde algún lugar profundo dentro de su forma sin rostro, Elyra escuchó una voz que reconoció de la visión, la voz que la había llamado "llave":
"Ven, recipiente. Es hora de que cumplas tu propósito."
Los dedos de sombra se cerraron alrededor de su garganta.
Y el mundo se volvió negro.
Cuando Elyra abrió los ojos, no estaba en el Bastión.
Estaba de vuelta en esa cámara oscura, con el agua negra fluyendo a su alrededor. Pero esta vez no era una visión. Podía sentir el frío del agua, oler el aire rancio.
Y frente a ella, la figura envuelta en sombras esperaba.
"Por fin," susurró, y esta vez Elyra sintió su voz vibrar en sus huesos. "La llave ha llegado a casa."







