La oscuridad en las profundidades no era como la oscuridad normal.
Era más densa, más pesada, como si tuviera sustancia propia. Se presionaba contra la piel de Kael como manos frías buscando entrada, y el aire—si es que podía llamarse aire—sabía a cobre y algo más antiguo. Algo que no debería tener sabor porque los muertos no deberían poder saborear nada.
Kael mantuvo su espada desenvainada, la luz azul de su núcleo mágico el único resplandor en la negrura absoluta. A su lado, Draven se movía como un fantasma, sus propias espadas negras absorbiendo lo que poca luz había.
No habían hablado en veinte minutos.
No habían hablado realmente en tres años, si Kael era honesto. Las palabras intercambiadas durante el rescate fallido no contaban. Gritos de batalla y órdenes tácticas eran diferentes a hablar, a ese tipo de conversación que solían tener donde no necesitaban terminar las oraciones del otro porque ya sabían lo que vendría.
Esa versión de ellos estaba muerta. Enterrada junto con Selen