Narrador omnisciente:Habían pasado tantas horas desde que Maite salió de casa que la ansiedad ya se había apoderado de los niños. Como siempre que sentían esa inquietud, se aferraban de las manos, uno al lado del otro, esperando frente a la puerta del penthouse. Sus ojitos no paraban de mirar hacia el elevador. Damián, su abuelo, los observaba desde su butaca con una mezcla de ternura y preocupación, pero sonreía, intentando no contagiarles la angustia.—¡Mami volvió! —gritaron Gianna y Gael al unísono en cuanto escucharon el sonido de la puerta abrirse.Corrieron con fuerza, y se lanzaron sobre ella, abrazándola con tanta energía que ella casi pierde el equilibrio. Gianna, tan aliviada de tenerla de vuelta, le estampó un beso en la mejilla con sus manitas temblorosas. Ella le devolvió el gesto, enternecida. Gael, en cambio, se quedó inmóvil por un instante, luego se apartó lentamente, mirándola de reojo.—¿Qué te sucede, mi amor? —le preguntó ella, agachándose para quedar a su al
POV Maite.¿Dónde estoy?Era lo único que me preguntaba. La única certeza que tenía era que llevaba días —o tal vez una semana, ya no lo sé— encerrada en esta habitación tan cómoda como perturbadora. Tenía todo lo que cualquiera podría considerar un lujo: televisión, aire acondicionado, una cama enorme con sábanas suaves, un baño impecable con agua caliente y productos de higiene importados. Pero esa comodidad no era más que una celda disfrazada.Recuerdo haber despertado con la mente nublada, la garganta reseca y el corazón golpeándome dentro del pecho, como si intentara escapar él también. Me habían raptado en el camerino del set. En un instante estaba preparándome, y al siguiente solo vi oscuridad. El primer día de mi secuestro, cuando abrí los ojos, descubrí que ya no llevaba la ropa que tenía, sino un vestido blanco, largo, de tela fina, con pliegues organdí y escote discreto.Mis pertenencias habían desaparecido, no veía ni el bolso, mi celular, mis zapatos. No encontraba nad
Narrador omnisciente:Parada en la acera, frente al banco del que acababa de salir, Marina, vestida y peinada exactamente como su hermana Maite, giró sobre sus tacones con una sonrisa de triunfo. En la mano sostenía un grueso fajo de billetes de cien euros. Lo alzó con una lentitud teatral y lo acercó a su rostro, inhalando su aroma como si fuese perfume de diseñador. Cerró los ojos, exhaló con placer, y murmuró con esa mezcla de cinismo y envidia que le atravesaba el alma:—Ay, hermana… si pudiera quedarme con esta vida tuya en absoluto, lo haría sin pensarlo.El sol le acariciaba el rostro, la brisa movía con suavidad el cabello de su peluca perfectamente alisado, y durante un instante se sintió invencible. Hasta que desde el fondo de su bolso, oculto tras su billetera y un paquete de chicles, vibró el celular. Al ver el nombre en la pantalla, la sonrisa se le esfumó.“Yannis”. Ese malnacido que la había sacado de prisión, pagando su fianza … ahora la llamaba.Rodó los ojos con f
Narrador omnisciente:Dentro de la cabina de la camioneta en la que viajaba con Alexandros, Marina temblaba; y tenía los nudillos tan blancos que parecían de mármol. Pues Alexandros no dejaba de decirle cosas hirientes y llevaba más de veinte minutos contándole sobre lo patética que ella le parecía.—¿De verdad pensaste que podías engañarme? —murmuró, sin siquiera mirarla—. Únicamente fuiste una herramienta útil… y desechable. El día que entraste a mi vida solo vi la oportunidad de utilizarte para deshacerme de Vittorio. Nada más. Marina tragó saliva, sintiendo la humillación arderle bajo la piel.—¿Y ella… qué es para ti? —se atrevió a preguntar, con la voz hecha añicos.Alexandros dejó escapar una risa seca.—Maite, es todo lo que tú no has sido ni serás. Ella me hizo sentirlo todo: la calma, el deseo, la culpa, el miedo a perder. Contigo, jamás sentí nada que no fuera fastidio.Se inclinó apenas, como si confiara un secreto.—Aquel día, cuando creíste engañarme obligándola a ir
Narrador omnisciente:Alexandros la observó, profundamente respirando.—Llévense a esa escoria lejos de aquí.Los guardias arrastraron a Yannis.Maite alzó la vista. —Pensé… pensé que no vendrías —susurró.Él rozó su mejilla con los dedos manchados de polvo de pólvora. —Siempre vendré. Recuérdalo eres mi vida, y sin ti sería un cascarón vacío.En el pent‑house.—¡MAMÁ! —gritaron los niños, apenas Maite cruzó el umbral de la puerta.Gianna y Gael se estrellaron contra su falda como si pretendieran soldarse a ella. Maite los alzó cuanto pudo, sollozando sobre sus cabecitas; luego extendió un brazo para abarcar también a Damián.Damián agarró el rostro cansado y ojeroso de su hija, acariciando sus mejillas, mientras sus propias lágrimas se derramaban.—Perdóname, hija. No sabía que Marina podía imitarte. Me dejé engañar por ella y no sé por cuanto tiempo —murmuró el padre con la voz cansada—. Si tan solo… me hubiera dado cuenta antes, quizás no habrías sufrido tanto, hasta dudé cuando
POV Maite:Lo fulminé con la mirada, sintiendo cómo la rabia y el dolor me trepaban las venas, rasgándome por dentro.Alexandros pretendía usar a mis hijos para doblegarme, para arrastrarme de nuevo a su maldito juego.Ya lo conocía.Sabía cómo manipulaba, cómo disfrazaba sus deseos de necesidades.Y esta vez no iba a caer.¡No iba a caer!Bajé la vista hacia Gianna, que aferraba su manita a la de él con la inocencia dibujada en los ojos.Esa misma inocencia que él no merecía.Mi corazón se apretó dolorosamente.Me arrodillé junto a ella, acariciando su cabello con ternura.—Cariño... ¿puedes ir a la cama con Gael? —susurré, obligando a mi voz a sonar firme—. Mamá necesita hablar con tu papito.Gianna frunció el ceño, apretando más fuerte la mano de Alexandros.—Vale, mami... pero no tardes... —musitó con su vocecita temblorosa—. Gianna no dormirá hasta que vuelvan...Me tragué el nudo que me cerraba la garganta y forcé una sonrisa.—No tardaré, te lo prometo.Me puse de pie, respiran
Continuación: POV Maite.—Se equivoca, señor Damián —dijo con voz baja y cortante—. Para mí, Maite nunca fue una amante. En mi vida, ella es y será... mi mujer. Y pronto... —una sonrisa casi triste asomó en sus labios— pronto será mi esposa legítima.Me eché a reír, incapaz de contenerme. Rodé los ojos y me mordí la lengua para no gritarle en la cara, que era un vil mentiroso, que ya no creía en sus palabras dulces ni en sus promesas vacías.—Estoy cansada —murmuré con desdén, mirando su rostro arrogante—. Le diré a los niños que se te presentó un inconveniente. Vete.Extendí la mano, fría, firme. Alexandros, lejos de mostrar alguna emoción, hundió las manos en los bolsillos de su pantalón. Me sostuvo la mirada unos segundos eternos antes de girar sobre sus talones y marcharse, con ese porte arrogante de quien cree ser dueño del maldito universo.Cuando lo vi desaparecer, me volví hacia mi padre.—Papá... quiero que empaques lo más que puedas. A las cinco de la mañana, Javier pasará
Narrador omnisciente:La camioneta avanzaba rugiendo en la claridad que brindaba la mañana. Había pasado media hora de silencioso castigo para Maite, quien miraba a Alexandros con furia contenida, ya que le había pedido que se detuviera una y otra vez.La ansiedad la estaba consumiendo, y la impotencia se apoderaba de ella. Miró a su alrededor, buscando una salida que no existía. —¿Te diviertes jugando conmigo de esta manera? — le exigió, pero él no le prestaba atención. Si no que con sus manos apretaba los bordes del asiento, deseando romper algo, cualquier cosa, para liberar esa presión interna. —No estoy jugando, Maite. Deja de verme siempre como un villano. Todo lo que hago, lo hago para protegerte, aunque no lo entiendas.—¡Del único que debo protegerme es de ti! —gritó ella, temblando de ira—. Eres un monstruo. Damián, había estado en silencio sopesando la situación, pero llegó a un punto donde el enfado lo consumía, y no pudo callarse más. —¡Déjanos salir de aquí ahora mism