Capítulo cuarenta y seis. ¿Quién me borró la memoria?
Kyan llevaba más de una hora encerrado en el despacho. Nicole podía escucharlo caminar de un lado al otro, con pasos pausados y sin rumbo. De vez en cuando, el crujido de una hoja o el golpeteo de un lápiz contra la mesa rompía el silencio. Ella no quiso molestarlo. Sabía que Kyan necesitaba espacio cuando se enfrentaba a esos vacíos en su memoria que, por momentos, parecían dolerle físicamente.
Desde que habían recuperado los primeros archivos manipulados por su madre y por el Instituto, algo se había ido desmoronando dentro de él. No era solo el recuerdo de Theo —ese hermano del que nadie le había hablado durante años—, sino la idea de que gran parte de su vida estaba incompleta. Cortada. Como si alguien hubiera editado su historia personal a conveniencia.
Finalmente, Kyan abrió la puerta. Tenía en las manos una libreta vieja, con las esquinas dobladas y el lomo agrietado.
—La encontré en una caja con cosas de mi papá. No la reco