Capítulo once. Amor enterrado.
Nicole no pudo dormir aquella noche.
La imagen de Kyan arrodillado frente a Millie no dejaba de repetirse en su mente. Lo había visto quebrarse en mil pedazos… y eso dolía más que cualquier grito, más que cualquier reproche. No era odio lo que él le había mostrado. Era algo más profundo. Era una herida abierta que sangraba desde hacía cinco años.
Caminaba descalza por su departamento, con los brazos cruzados y una taza de té frío entre las manos. En la habitación contigua, Millie dormía plácidamente con sus muñecas, ajena al terremoto que se avecinaba.
Una parte de ella quería huir. Recoger a su hija y desaparecer. Pero ya no podía esconderse.
Kyan la buscaría. Y esta vez no se detendría hasta llegar al fondo.
Suspiró, y justo en ese instante, el teléfono vibró en la mesita. Era un número oculto.
—¿Hola?
El silencio al otro lado se estiró, tenso, casi hostil.
—Sabía que este día llegaría —dijo una voz femenina que no escuchaba desde hacía años.
Nicole se