Josefina asintió, evaluándonos con una sonrisa de complacencia. Algo en la forma en que Ilán sostenía mi mano, incluso sentado en su silla eléctrica, hablaba de una profundidad de carácter que Josefina reconocía y respetaba.
—Bien, no podía ser de otro modo siendo hijo de Stavros —dijo finalmente, sentándose frente a nosotros—. Hablemos entonces de por qué les pedí que vinieran y por qué nos hemos reunido aquí hoy. Primero, te pido perdón, Ilán, por haber roto la promesa que hice a tu padre de no contactarte sin que me lo pidieras. Pero también le juré que no dejaría que te pasara nada malo, y he incumplido esa parte. Porque, aun cuando me enteré de que estabas en una silla de ruedas, quise esperar a salir de aquí para ayudarte, pero en vista de lo que está haciendo Amaya, no podía esperar.—&iques