Por su parte, la nana Marina no dejaba de vigilar a Amaya que se paseaba por la casa y no podía esconder lo asombrada de ver cómo la casa de pronto se llenó de los viejos guardias de seguridad griegos de su difunto esposo, con la pregunta en su rostro de qué significaba eso. Y no solo eso, recibió una extraña llamada de su sobrino Daniel, la cual escuchó la nana sin problemas desde otro teléfono en la cocina.
—Tía, Ilán ya está bien, no está enfermo, no tiene abasia. Camina como si nada, todo es un teatro —le había dicho, añadiendo que después le explicaría, que ya estaba llegando. Pero la volvió a llamar para informarle que no lo dejaban entrar a la casa, y como ella fingía haber perdido la memoria, no podía ir a ordenar que lo dejaran pasar. Se suponía que no lo conocía. Por su parte, su hermanast