En la penumbra de una noche sin luna, me encontraba en un vehículo discreto que se hallaba apostado a una distancia prudencial de la imponente residencia de Josefina Makis, la tía de Ilán. En su interior, el doctor Herrera y yo, otrora abogada y asistente de Amaya, aguardábamos llenos de tensión. Mis ojos, atentos como halcones, no perdían detalle de los movimientos en la casa, convencidos de que allí, tras esos muros de apariencia impenetrable, se encontraba cautiva Amaya.
La presencia de su media hermana, Morgaine, que se movía como una sombra furtiva entre las cortinas, no hacía más que confirmar nuestras sospechas. Tras el escándalo mediático que habíamos orquestado siguiendo meticulosamente el plan trazado por Amaya contra Ivory, estábamos resueltos a rescatarla. Sabía, con la certeza que solo otorga la complicidad, que el supuesto coma de Amaya era una elaborada farsa.