Sin apartar la vista del camino, respondí con una calma que contrastaba con la tensión del momento:
—Rescatarte de donde te metió tu hijo —comenté con una sonrisa. Para sorpresa de ambos, la risa amarga de Amaya llenó el habitáculo del vehículo, haciendo que la miraran desconcertados. —¡Imbéciles! —exclamó, con desprecio y miedo en su voz—. Ilán no fue quien me metió allí; fue Josefina quien descubrió todo. El silencio que siguió a esta revelación fue denso, cargado de implicaciones. Amaya continuó, urgida: —Ilán prometió que si despierto del coma, me mandará a prisión porque descubrió mis crímenes. Y como sabes, él es igual a su padre, Stavros. Si no lo ha hecho ya, es porque Josefina no quiere que se ensucie el apellido Makis.