Movida por el instinto y el miedo, corrí hacia la puerta. Tan pronto como la abrí, dos agentes de policía se precipitaron hacia mí con una energía que rozaba la agresión, acusándome de un delito que mi alma sabía que jamás habría cometido.
—¡Señora, queda usted bajo arresto por el secuestro de Ilán Makís! —anunció uno de los agentes con una autoridad que no admitía réplica.—¿Qué locuras dice, oficial? —atiné a decir—. Ilán y yo nos casamos ayer en la Iglesia de San Bernardino; puede ir a preguntar. ¡Ilán, ayúdame, Ilán...!Llamaba a Ilán en mi miedo y desesperación, olvidándome por completo de que él no podía venir por sí mismo, hasta que grité:—¡Espere! —dije, resistiéndome a ser llevada