La miré a los ojos con una mezcla de rabia y desafío. No podía concederle la satisfacción de verme derrotada. Ella no me conocía realmente; creía que, porque me había engañado dentro de mi dolor por la pérdida de mi adorada madre, podría seguir haciéndolo.
—No, señora Amaya —respondí, tratando de mantener mi voz firme, aunque mi cuerpo temblara—. Usted será la que se arrepentirá. Lo quiera o no, Ilán es mi esposo y me sacará de donde usted me meta.—¿Qué crees que podrá hacer Ilán en su condición? —dijo con tono condescendiente, sus palabras impregnadas de desdén—. Me encargaré de que esté muy bien cuidado. Tú te pudrirás en la cárcel, Ivory Cloe. Adiós. Antes de marcharse, lanzó una última mirada de desprecio, co