Capítulo 32.

POV – MILA.

El amanecer me sorprendió todavía con la piel erizada, el recuerdo de cada caricia de Nicolás grabado en mi cuerpo como fuego invisible. Habíamos pasado un día entero encerrados, un día robado al caos, un día donde solo existíamos él y yo.

Y aunque mis labios no lo dijeran, mi corazón sabía la verdad: lo amaba.

Pero no estaba lista para aceptarlo, mucho menos para pronunciarlo. Ese sentimiento era un arma de doble filo. Si lo admitía, me volvía vulnerable, y en este mundo donde todos juegan a destruir, la vulnerabilidad se paga con sangre. Desayunamos juntos, aún con esa complicidad callada que nos envolvía. Yo pensaba que todo volvería a la normalidad, que cada uno se pondría la máscara de costumbre y nos sumergiríamos en nuestras batallas diarias. Pero Nicolás me sorprendió.

Se inclinó hacia mí, frente a todos —Víctor, el mayordomo, incluso algunos empleados que iban y venían— y me besó en los labios.

Fue un beso breve, pero tan seguro, tan marcado, que dejó un silencio
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