Capítulo 9.
El avión privado descendió sobre una pista diminuta, rodeada de mar turquesa y arena blanca. El calor del Caribe me golpeó en el rostro apenas bajé las escaleras. El viento movía mi cabello, y por un instante, sentí que el mundo entero se había borrado. No había prensa, no había murmullos, no había Javier ni su sombra. Solo cielo, mar y un silencio que parecía prestado.
Nicolás caminaba a mi lado, imponente incluso con ropa ligera: camisa blanca remangada, gafas oscuras, ese aire de hombre que carga el control como si fuese una segunda piel. Ni siquiera aquí, rodeados de sol, parecía relajarse.
La villa que nos esperaba era como sacada de un sueño: paredes blancas, ventanales abiertos al océano, una piscina infinita que se confundía con el horizonte. Todo perfecto. Demasiado perfecto.
Pero yo no estaba en paz. Desde la de bodas, una espina me atravesaba. Ese beso en el altar, sus palabras crípticas, su revelación como medio hermano de Javier… Todo era un rompecabezas que me negaban a