La Torre Haneul, antes un bastión de acero y cristal que simbolizaba el poder inquebrantable del Grupo Lee, ahora se sentía como un barco a la deriva en una tormenta. Cada pasillo, cada oficina, resonaba con el eco de la incertidumbre y el miedo. Las acciones de Haneul seguían cayendo en picada, una hemorragia constante en los mercados que amenazaba con desangrar el imperio. Los titulares de la prensa, alimentados por la campaña de difamación de Seo-yeon, eran puñaladas diarias al corazón de la empresa y al de su CEO. Lee Jae-hyun, encerrado en su oficina ejecutiva, se sentía más aislado que nunca. La resaca emocional de la reunión con la junta y el ultimátum de su madre le habían dejado un sabor amargo en la boca, una mezcla de derrota y furia impotente. El dolor por Ji-woo, por su humillación, por la decisión que había sido forzado a tomar, era un peso constante en su pecho. Había enviado a su jefe de gabinete para que se encargara de la “noticia” de Ji-woo, incapaz de mirarla a los