Los días que siguieron al beso fueron un purgatorio para Kang Ji-woo y Lee Jae-hyun. El silencio entre ellos era un eco constante del momento prohibido, y cada mirada furtiva era una chispa peligrosa. Ambos se refugiaban en una profesionalidad extrema, un escudo que apenas lograba ocultar la creciente confusión y el dolor. Pero el mundo exterior, ajeno a su tormento interno, seguía girando, y con él, los planes de Choi Seo-yeon se aceleraban. Seo-yeon, con su aguda intuición para las dinámicas de poder y su ambición a flor de piel, percibía una sutil fisura en la habitual compostura de Jae-hyun. Había algo diferente en él, una distracción que no le gustaba. Decidió que era el momento de consolidar su posición, de forzar la mano y asegurar el futuro que tanto deseaba. Una invitación formal llegó a la oficina de Jae-hyun: una cena íntima en la residencia Choi, organizada por Seo-yeon y su madre, "para discutir los detalles de la unión familiar". No era una cita, era una imposición. Jae-