El amanecer se había transformado en un día gris y lluvioso, reflejando el ánimo de Kang Ji-woo. Llegó a su pequeño apartamento, sus piernas aún temblorosas por la adrenalina y el shock. El espejo le devolvió una imagen irreconocible: ojos hinchados de cansancio, mejillas sonrojadas por la vergüenza y el eco persistente del beso en sus labios. Se tocó la boca con la punta de los dedos, como si pudiera borrar la sensación, pero era inútil. El sabor de él, la presión de sus labios, la descarga eléctrica... todo estaba grabado a fuego en su memoria. La culpa la asaltó con una ferocidad inesperada. ¿Qué había hecho? ¿Qué había permitido? Él era su jefe, el heredero de Haneul, comprometido con Choi Seo-yeon. Ella, una simple asistente de origen humilde. Había cruzado una línea profesional y personal que nunca debió haber pisado. El miedo se apoderó de ella: miedo a las consecuencias, miedo a su reputación, miedo a que todo lo que había construido con tanto esfuerzo se desmoronara. Y aún as