Los días que siguieron al breve pero electrizante roce de manos en la oficina de Lee Jae-hyun se sintieron para Kang Ji-woo como caminar sobre una cuerda floja, suspendida entre el vértigo de una promesa secreta y el abismo de una realidad ineludible. La chispa, que había ardido tan brillantemente en aquel instante, era ahora un fuego fatuo, un recordatorio constante de lo que no podía ser. La imagen de Choi Seo-yeon, perfecta y posesiva en la gala, se superponía a la calidez fugaz de la mano de Jae-hyun en la suya. Ji-woo se encontraba a sí misma cuestionando cada pensamiento, cada emoción que albergaba. ¿Era la atracción hacia su jefe un simple capricho, una fantasía nacida del cansancio y la intensidad del trabajo? ¿O era algo más profundo, algo peligroso que amenazaba con devorarla? Se reprendía a sí misma por la imprudencia. Él era Lee Jae-hyun, el heredero de Haneul, el futuro esposo de una mujer de su mismo estatus. Ella era Kang Ji-woo, la hija de un tendero, una asistente que