La decisión se tomó en silencio, en esa calma densa que precede a una tormenta. Julian lo sabía: no podía seguir esperando que Diego diera el primer paso. Ya había probado la sangre del miedo de Kira, había estado dentro de la casa, había olido su piel en el aire. Tarde o temprano lo intentaría de nuevo, y si quería atraparlo, tendría que darle exactamente lo que buscaba: la ilusión de que ella seguía allí, indefensa, esperándolo.
La sala estaba en penumbra, iluminada apenas por la luz de los monitores que mostraban las cámaras de seguridad. Leo hablaba en voz baja por el auricular, coordinando a los hombres que patrullaban afuera, mientras Sol abrazaba una taza de café frío, con el rostro serio. El ambiente estaba cargado de determinación.