Después de ayudar a Luka con sus deberes —donde Julian, con genuino interés, descubrió lo brillante que era el niño para los números, resolviendo ecuaciones básicas con una lógica que sorprendía para su edad—, el pequeño se despidió con un bostezo y se fue a dormir. Kira y Julian quedaron solos en la sala, compartiendo una taza de té bajo el tenue resplandor de las luces cálidas. El silencio entre ellos fue largo, pero no incómodo. Era como si sus cuerpos hablaran más que sus palabras.
Julian fue el primero en romperlo:
—Deberíamos ir a dormir —murmuró, sin querer romper del todo ese momento, pero consciente de que debía ir a la oficina por la mañana, aunque el sentido de hacerlo se desvaneciera un poco más cada día.
Kira asintió con una sonrisa leve. Se pusieron de pie al mismo tiempo y caminaron hacia el pasillo, sus pasos casi sincronizados. Las puertas de sus habitaciones estaban frente a frente.
—Buenas noches —dijo Julian, acercándose para besarle la mejilla. Su voz era baja, ca