Julian ajustó el nudo de su corbata frente al espejo del baño ejecutivo. Era la antesala a otra maldita reunión con la junta directiva de los Blackthorne, donde él solo era un relleno, un peón que debía agachar la cabeza y aparentar que su apellido tenía peso.
Su celular vibró en su bolsillo. Respondió sin mirar.
—¿Julian? —la voz al otro lado era urgente, casi al borde del llanto—. Soy Sol. Kira está en la cárcel. Diego la dejó ahí... no volvió por ella. Está sola. Asustada. No tiene papeles. ¡Necesita ayuda!
Julian no dudó. Ni un segundo. Salió disparado por el pasillo hasta el despacho de Leo.
—Necesito tu ayuda. Ahora. Es urgente.
Leo lo miró y no preguntó más. Se levantó, tomó su maletín y lo siguió. En el elevador, mientras descendían, Julian explicó. Leo solo resopló.
—Ok. Escucha —dijo mientras sacaba unos documentos del portafolio—. Vas a presentarte como su prometido. Yo metí una solicitud ficticia de residencia por matrimonio. Es legal dentro del margen de tiempo. Nadie ha