El viento de la mañana arrastraba un olor a tierra húmeda y a hierba recién despierta. En el jardín, la luz se filtraba entre las hojas como una lluvia dorada, moteando el césped con manchas tibias. Kira estaba sentada en el banco de madera junto al limonero, con los pies descalzos y las piernas recogidas de lado, una mano sobre el vientre y la otra sosteniendo una botella de agua. Luka, a su izquierda, inclinaba el cuaderno sobre la mesa baja que Julian había pintado para él y pasaba el lápiz con concentrada seriedad, sacando la lengua apenas, como si cada trazo definiera el destino de su dibujo.
—¿Otra mariposa? —preguntó Kira, sonriendo.
—No. —Luka apretó el lápiz y añadió dos alas enormes—. Un dragón. Pero es amable. Mira, tiene ojos de color miel, como Julian. Y no escupe fuego. Sopla aire fresquito para que no te canses cuando camines.
Kira rió bajito. Sentía el corazón acompasado, sin sobresaltos, como si esa calma quisiera quedarse. El bebé respondió a su risa con un pequeño a