BIANCA
El amanecer se filtraba por las cortinas de seda cuando Bianca abrió los ojos. Tres semanas habían pasado desde el incidente en la mansión Ricci. Tres semanas intentando borrar la sensación de las manos de Luca sobre su piel, de sus labios reclamando los suyos en aquella habitación donde todo había cambiado entre ellos.
Se incorporó lentamente, observando su reflejo en el espejo del tocador. Las ojeras habían desaparecido, pero algo en su mirada seguía apagado. Había retomado el control de sus negocios con mano firme, reorganizado las alianzas y establecido nuevos acuerdos con las familias del norte. Todo funcionaba con la precisión de un reloj suizo. Todo, excepto ella misma.
—Buenos días, signorina —saludó Giulia, entrando con una bandeja de desayuno—. El señor Venucci llamó. Dice que los documentos para el proyecto del puerto están listos.
Bianca asintió, tomando la taza de café.
—¿Alguna otra novedad?
—El señor De Santis envió el informe de seguridad. Lo dejé en su escritor