Los ojos de Giovanni se abren con pánico. Nadie debía saberlo, aparte de Matteo, el novio de su hija, quien de alguna manera lo descubrió hace algunos años, pero solo hasta hace unos meses empezó a aprovecharse de esa información.
— Ella no… no tiene nada que ver con esto…
Rocco deja la copa sobre la mesa. Camina despacio hacia él, saca un pequeño bisturí y lo hace girar entre los dedos.
— Ella… Ni siquiera ahora puedes decir su nombre. ¿No te parece curioso?
— No entenderían. Hay cosas que no... que no se explican.
— Entonces, ayúdame a entender, Giovanni — dice cada palabra con lentitud —Calabria, Montreal… Has estado con nosotros más tiempo que muchos. ¿Y ahora qué? ¿Silencios, secretos? ¿Desapareces por días? ¿Haces llamadas encriptadas? ¿Te alejas de los capos, incluso de los soldados?
Rocco deja el bisturí sobre la mesa y asiente con lentitud, palmeando esta con los dedos.
—Te voy a hacer una última pregunta. Y quiero que me mires a los ojos cuando me respondas. ¿Eres tú el que ha estado traicionando a la familia?
— No — Giovanni levanta la vista, su mirada endurecida, impenetrable y Rocco le cree, pero también sabe que algo más está pasando, algo relacionado con su desconocida hija.
Lo observa unos segundos, toma el bisturí de nuevo y corta superficialmente su mejilla, sin enojo, solo marcando una línea. Giovanni aprieta los dientes, pero no grita.
— Bien. Espero que estés diciendo la verdad, porque eres consciente de lo que pasa cuando alguien no lo hace.
— Soy leal, Rocco, siempre lo fui. Solo... me volví viejo. Trato de proteger lo poco que me queda. — Rocco lo mira y frunce el ceño.
— La lealtad se demuestra en los actos, Giovanni. No en las palabras susurradas en rincones oscuros. — aprieta el bisturí y lo señala con él, no es el traidor que está buscando, pero necesita presionar un poco más, porque no le gustan las personas que le ocultan cosas. — ¿Y si te dijera que tenemos pruebas? Pero prefiero escucharlo de tu propia voz. No necesito confesiones. Solo me interesa saber por qué.
— No hay un porqué. No soy un traidor. Solo tengo algo que proteger. Algo limpio. Algo que ustedes ensuciarían. — Explica Giovanni, nervioso, pero firme.
Rocco lo observa largo rato. Luego asiente, como si todo tuviera sentido ahora.
— Entonces, te daré una última opción. Hoy me siento bastante generoso — Vuelve a sentarse y levanta tres dedos — Uno: la familia sobre todo. Me lo entregas todo: nombres, lugares, a tu hija, y podrás demostrar que sigues siendo un perro fiel.
Giovanni parpadea, no quiere que se acerquen a su hija y, aunque haya tomado medidas por si se llegaba a presentar una situación como esta, espera no ser traicionado por Matteo, quien seguramente buscará la forma de seguir chantajeándolo.
— Dos: te niego el perdón, lo que sería una lástima; has ocultado información a la familia por años. Así que, tengo derecho a arrancarte cada uno de tus secretos con fuego.
Giovanni traga con fuerza, no puede dejar a su hija sola, no a merced de la Quinta Familia, de quienes ella no sabe nada.
— Tres: mueres como un hombre, valiente y honrado. Sin delatar a nadie. Pero sabiendo que ella, tu hija, no quedará protegida. Porque, ves, Giovanni, nosotros, los Mancini, no olvidamos. Aunque tenemos formas de recordarle a los demás por qué no se ocultan cosas a la Famiglia.
El rostro de Giovanni se endurece. Un ligero temblor en su mano. La trampa es clara: o habla, o muere, o condena a alguien más, a su hija.
—No tienes ni idea de lo que estás desenterrando — susurra mirando a Rocco con los ojos vidriosos
— Demuéstramelo. Dímelo — susurra Rocco.
— Ella no sabe lo que soy, no sabe de la familia. No le quites eso…
Rocco guarda silencio. Luego camina hacia él, le acaricia el rostro como un padre a un hijo.
— Entonces decide. Ya no hablas conmigo, Giovanni. Hablas con tu verdugo. — La mirada de Giovanni se pierde en la oscuridad de la mirada de Rocco, que lo observa sin misericordia, sin piedad — Hoy no castigo la traición, Giovanni. Castigo el silencio.
La luz parpadea y la oscuridad toma el relevo.