Caterina duerme con el cabello negro esparcido sobre las sábanas blancas, tiene puesto una ligera bata de seda roja que contrasta con su color de cabello y su piel. Ha doblado una de sus rodillas y su cara está prácticamente enterrada entre las sábanas.
Los ventanales están abiertos y las cortinas se mecen a merced del viento. El olor salino del mar y el suave ruido del agua golpeando contra las rocas se cuela por la ventana.
Roco se mete en la cama, apoya su codo contra la almohada y su cabeza contra este y acaricia con su mano libre el sedoso cabello de Caterina, no puede ver su cara, pero saber que ella no lo estaba engañando y que tenía la intención de contarle lo que había hablado con Matteo le calentó el corazón.
Desea darle media vuelta y besarla hasta hacerle perder el sentido, pero está cansada y además se golpeó la cabeza y todavía no es hora de despertarla. Desde que lo conoció solo ha pasado por experiencias cercanas a la muerte, y, sin embargo, sigue en su villa, en su ca