Caterina nunca imaginó que el viento pudiera sonar así, como si se llevara consigo las palabras que no logró decirle, los besos que no pudo darle, las sonrisas que no pudo regalarle.
El cementerio está lleno, abarrotado de trajes oscuros, miradas duras y silencios que pesan más que las coronas de flores que rodean el ataúd. Todos han venido por él, por el hombre que en vida fue temido, respetado, amado y en algunos momentos odiado, pero nunca ignorado.
Un velo negro cubre el rostro de Isabella, que se encuentra de pie, firme, casi solemne, acompañada por su madre y el resto de mujeres del pueblo que han venido a despedir a su don. Todos los jefes están ahí y se encuentran acompañando el ataúd, organizados en media luna, con sus hombres de confianza detrás de cada uno de ellos. Sus tíos y don Vibo Vitale, al ser los jefes más ancianos de la Ndrangheta y la Cosa Nostra, encabezan el cortejo funerario.
Caterina sabía que solo podr