La tarde caía sobre el Reino de las Sombras con una luz dorada que apenas lograba filtrarse entre las nubes oscuras. El aire olía a lluvia y a poder contenido.
En el salón de estrategia, Rhaziel se encontraba frente a Adrian Stormborne, su primo y general más disciplinado.
La mesa entre ambos estaba cubierta de documentos, sellos reales y una copa de vino que Adrian no había tocado.
El silencio se extendió como un puente roto hasta que Rhaziel habló con tono solemne:
—Adrian… ha llegado el momento de que cumplas una nueva responsabilidad.
Adrian levantó la vista lentamente. Su semblante era sereno, pero en sus ojos brillaba un destello de duda.
—¿Una nueva campaña? —preguntó con voz baja.
Rhaziel negó despacio.
—No, no esta vez. —Sonrió con sutileza—. Esta vez, la misión es más… personal.
El soldado arqueó una ceja.
—No entiendo.
Rhaziel entrelazó los dedos, apoyando los codos sobre la mesa.
—El consejo quiere estabilidad, alianzas, herederos. Ya uní a Lucian con Lyanna, y ahora… debo