El eco de sus pasos retumbaba en los pasillos vacíos del castillo. Lucian caminaba con la cabeza gacha, los puños apretados, y la mente hecha un torbellino. La reunión en el consejo aún resonaba en sus oídos como un martillo golpeando sin descanso.
"Una esposa para Lucian… un esposo para Lyanna."
Aquellas palabras eran una sentencia, y aunque trataba de convencerse de que no podía afectarle, el dolor en su pecho lo delataba.
Cuando llegó a sus aposentos, cerró la puerta con violencia. La habitación estaba sumida en penumbra, iluminada apenas por la luz temblorosa de una lámpara. Se dejó caer sobre la cama, pero no logró descansar; la tensión lo mantenía despierto.
Se llevó las manos al rostro, ocultando un grito mudo de frustración.
—Maldita sea, Rhaziel… —susurró con voz rota.
Lucian lo amaba como a un hermano, lo respetaba como a un rey, pero esa vez deseó rebelarse contra él. No podía soportar la idea de ver a Lyanna entregada a otro, sonriendo en brazos de un desconocido.
Se levan