El salón del consejo estaba iluminado por cientos de velas que ardían en los candelabros de hierro forjado. El ambiente olía a incienso y cuero viejo, mezclado con el aroma metálico de las armaduras de los guardias apostados en cada rincón. Aquel día no era una reunión común; se respiraba un aire de expectación, como si todos intuyeran que Rhaziel tenía algo importante que anunciar.
El rey lobo se sentó en el trono principal, erguido, con la mirada encendida y la voz cargada de autoridad. A su lado derecho estaba Lucian, siempre leal, su primo, el hombre que había sufrido tanto en las garras de los enemigos y que había sobrevivido contra todo pronóstico. Detrás, junto a Risa, se encontraba Lyanna, invitada por el propio Rhaziel para presenciar la reunión.
Los murmullos de los consejeros llenaban la sala. Había hombres de edad avanzada, curtidos en batallas, otros jóvenes que aspiraban a ganarse un lugar entre los grandes, y algunos con miradas arrogantes, poco acostumbrados a recibir