El viento helado de las Montañas de Ceniza golpeaba con violencia los estandartes del ejército. La nieve, mezclada con cenizas oscuras que el volcán cercano aún exhalaba, pintaba el paisaje de un gris fantasmal. Rhaziel avanzaba al frente de sus hombres, el rostro endurecido, los ojos fijos en el horizonte. Desde la caída de Helden había jurado no detenerse hasta encontrar a Lucian, su primo, y sabía que en esas cumbres lo retenían.
Kael, montando a su lado, murmuró:
—Dicen que los clanes de estas montañas no se arrodillan ante ningún rey. Si Lucian está aquí, los Veynar lo usan como prenda.
Rhaziel no respondió al instante. Se limitó a ajustar la capa oscura sobre sus hombros y a clavar la mirada en los riscos que los vigilaban desde arriba. Sabía que lo observaban, que cada paso en ese territorio era una prueba antes de la inevitable confrontación.
La columna avanzó durante horas hasta que un grupo de guerreros descendió por la ladera. Eran altos, fornidos, con piel curtida por