Día 2: El desgaste
El amanecer del segundo día llegó gris y húmedo. La neblina del río Helden cubría los campos como un velo espeso, y los estandartes de Rhaziel ondeaban apenas visibles tras la lluvia nocturna. El ejército despertaba agotado: hombres con vendajes improvisados, caballos respirando pesadamente y armaduras cubiertas de barro y sangre seca.
La fortaleza, imponente sobre la colina, permanecía intacta. Sus muros, ennegrecidos por el fuego del día anterior, aún resistían como si nada. Desde las almenas, los defensores lanzaban burlas y flechas aisladas, recordándoles a los sitiadores que no habían avanzado ni un paso hacia la victoria.
Rhaziel recorrió el campamento a caballo, observando a sus hombres. Pese al cansancio, su mirada permanecía firme, y su voz se alzó clara sobre el murmullo de la tropa:
—Hoy no cederemos terreno. El Helden no será nuestra tumba, será nuestra gloria.
Kael, siempre calculador, lo acompañaba con gesto severo. —Necesitamos algo más que fuer