Día 1: El rugido de los tambores
El amanecer sobre el río Helden no trajo paz. La niebla matinal se arremolinaba en torno a la fortaleza enemiga, un coloso de piedra negra erigido sobre un risco que dominaba el cauce. Sus murallas, altas y desafiantes, parecían burlarse de todo intento humano por doblegarlas. El rumor del agua golpeando contra las rocas era el único sonido constante, hasta que los tambores de guerra comenzaron a retumbar.
Rhaziel, montado sobre su corcel de batalla, observaba la mole de la fortaleza con el ceño endurecido. A su lado, Kael ajustaba los guanteletes de su armadura, sereno y calculador, mientras Dorian mantenía su espada desenvainada, incapaz de contener la impaciencia.
—Hoy comenzamos lo que marcará el destino de Umbraeth —dijo Rhaziel, alzando la voz para que sus comandantes lo escucharan—. Que nadie dude: estas murallas caerán.
Los soldados respondieron con un rugido que hizo eco en la ribera. Banderas con el emblema del lobo plateado ondeaban al