La penumbra de la habitación estaba apenas rota por la luz trémula de unas velas. El silencio era profundo, interrumpido solo por el leve crujido del fuego en la chimenea. Risa, sentada junto a la cama, sostenía todavía la mano de Rhaziel cuando sus párpados comenzaron a temblar.
—Rhaziel… —susurró, inclinándose hacia él.
El rey abrió los ojos lentamente, como si despertara de un sueño demasiado pesado. La claridad de su mirada regresaba poco a poco, y cuando enfocó a Risa, una débil sonrisa se dibujó en sus labios.
—Mi reina…
Ella casi lloró de alivio. Le acarició el rostro con suavidad, como si temiera que se desvaneciera de nuevo.
—Estás conmigo… estás aquí.
Rhaziel intentó incorporarse, pero un dolor agudo en su pecho lo obligó a jadear. Ella lo detuvo con delicadeza.
—No te muevas. Aún estás débil.
El rey cerró los ojos unos segundos, respirando hondo, hasta que de repente su ceño se frunció. Sus pupilas brillaron con un destello oscuro.
—Risa… alguien… alguien estuvo contigo. Pu