El amanecer trajo consigo el sonido de campanas en la academia. Era el cumpleaños de Risa: quince años. Una edad que en muchos reinos significaba el inicio de la adultez, la promesa de un futuro brillante. Pero para ella, no era más que otro recordatorio de lo mucho que le faltaba.
Su hermanastra irrumpió en el cuarto, con esa sonrisa cruel que le helaba la sangre.
—Quince años, Risa… ¿sabes lo que significa? —se inclinó hacia ella, susurrándole al oído—. Que pronto el rey demonio vendrá por ti. Quiero estar ahí cuando te arranque el corazón. Ese será mi regalo de cumpleaños para ti.
Las palabras perforaron como dagas. Risa apretó los labios, conteniendo las lágrimas, pero cuando la otra se marchó entre carcajadas, la decisión se clavó en su pecho: debía huir.
Esa tarde, mientras el sol se ocultaba, se reunió con sus amigos huérfanos en los callejones detrás de la academia.
—Me iré con ustedes —dijo, con la voz firme aunque el corazón temblara—. No soportaré un día más aquí.
Los mucha